domingo, 14 de julio de 2013

No es lo mismo

No es lo mismo Soledad, que soledad. Una denota el nombre de alguna mujer, y la otra manifiesta aislamiento, este puede ser voluntario o involuntario. La historia que se presenta a continuación tiene un poco de ambas, un poco de Soledad y soledad.
Esta es la historia de un joven que se encuentra en la azotea de un gran edificio, las puntas de sus pies tocan el aire, y el resto de sus pies tocan el débil piso de la terraza, por su mente pasan muchas cosas, el joven llora, y de vez en cuando suelta una pequeña carcajada, se acomoda el cabello, y vuelve a extender sus brazos. Es la historia de Jeremías, un sujeto de veinte años que está a punto de tirarse al vacío. Jeremías no tiene deudas, no padece alguna enfermedad terminal, no ha sufrido la muerte de algún ser querido, no cometió ningún crimen. ¿Por qué se lanzaría desde lo alto de un edificio?, bueno, la razón por la que lo hará, es por la soledad.
Jeremías se siente solo. Todos se han olvidado de él, de su nombre, de su dirección, de su edad, de su fecha de cumpleaños, de su rostro. Él no es capaz de pasar un día a solas, escuchando el sonido de su corazón, o el ruido del agua corriendo por las tuberías de su departamento, Jeremías es incapaz de vivir en soledad.
Ciertamente –no se ustedes− yo considero que hay de soledades a soledades, unas veces uno se siente solo, sin amigos, sin amante, sin nada que llene su vida, pero existe una soledad que es un tanto acentuada y cruel, en esta soledad, la misma soledad se ausenta, y ahí es cuando uno se encuentra más solo que nunca. La soledad de Jeremías no era tan extrema, de hecho nadie se había olvidado de él, todo era producto de su imaginación. Un miércoles, a primera hora, Jeremías recibió una carta, que estaba sellada con un pedazo de cera roja. Esta peculiaridad en la carta era la marca que dejaba su amada Soledad, que se encontraba de viaje, por Roma, de donde le escribía semanalmente una carta contándole sus aventuras en aquella tierra europea.
La carta en cuestión, hablaba sobre lo hermoso que era el Coliseo, lo impactante de su estructura, también menciono la amabilidad de una pareja italiana, que se encontró en cierto recorrido por el Panteón Romano. Bueno sin tantas vueltas, al final de la carta se podía leer algo así:
“…las palabras me escasean, espero te encuentres bien. En pocos días tu soledad, será eternamente tuya. Chao mi querido Jeremías.”
Jeremías sintió que su vida se acababa en ese instante. Su soledad seria eterna en pocos días, esto no podía soportarlo, ¿Qué habrá pasado en Roma para que Soledad lo abandonara eternamente?, pensó en silencio Jeremías. Largos días trato de meditar el asunto que se le presentaba, sin apartar la carta de sus manos. Después de tanto asumir la posición de un pensador, decidió arrojarse de lo alto del edificio en donde vivía. Es por eso que hoy están Jeremías y soledad, sosteniéndose el uno del otro –con un poco de pavor− dispuestos a lanzarse, más Jeremías que su soledad. Al final este hombre termino por caer quince pisos para estrellarse con un sólido pavimento, que en pocos segundos se tiño con un color carmesí.
Trágica es la historia de Jeremías, pues su dulce Soledad había tenido una pequeña falta de ortografía en esa última carta. Soledad al decir: “En poco días tu soledad, será eternamente tuya…” se refería a ella misma, pues pronto regresaría para quedarse junto a Jeremías, por siempre.

Por eso hay que tener en cuenta que no es lo mismo Soledad, que soledad. Tanta es la diferencia que a Jeremías le costó la vida.

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