Johnny, Johnny, Johnny…Miraba
el techo, desnudo; bajo el frío de una sábana rosada. Los ojos en blanco, sin
pensamientos; sin interrupciones absurdas. Miraba el cielo entre café y beige,
descarapelado por el tiempo…Un cielo que caía sobre él, ¿O era él el que caía
sobre el cielo? ¿Eran pedazos de cielo o pedazos de Johnny? Un brazo frágil salía
de un costado suyo, rodeando su torso. Era como un recuerdo hermosísimo aferrándose
a un pedazo de carne olvidada. Era un delicado lazo que salía de entre las
cenizas de las almohadas y cobijas. Apenas y se escuchaba su respiración que parecía
debilitarse poco a poco; la sabana palpitaba con la respiración del hermosísimo
recuerdo. Se podría decir que ambos formaban un corazón enorme, que vivía y que
moría. Rojísimo por cierto. Él seguía como buscando estrellas entre las grietas
del techo, del cielo no tan hermosísimo. Y se escuchaban pequeños golpes, como
un tic tac, como un cu-cu, como un pajarito atorado entre las vigas. Johnny
seguía sin moverse, después claro que se movió para alcanzar un tabaco que prendió
entre sus labios. Y la habitación del hotel ya iba tomando forma de lo que tuvo
que ser desde un principio. Un paraíso. De
pronto el foco parpadeante, se convertía en un sol radiante que iba cubriéndose
por enormes nubes de diferentes formas. Y ahí estaba Johnny junto a su recuerdo
hermosísimo tratando de descifrarlas. Un perro, un gorrión, una taza de té, una
rueda de la fortuna. Todo esto se lo imaginaba, una parte de él tenía que creer
en estas cosas tan infantiles: en globos y parques, en zoológicos y algodones
de azúcar. Una parte de él tenía que seguir creyendo en el cielito gris y raso
que cubría sus cuerpos desnudos. Alguien tenía que pensar en Johnny porque el ergo exige un pensamiento. Aunque sea
una tontería, alguien (Johnny en persona) tenía que seguir creyendo que el cielo
existe, que no es un engaño. Alguien tenía que creer que se puede saltar o caer
en el.
El pensamiento, ergo; que suscitaba Johnny a esas horas
de la madrugada junto a su recuerdo hermosísimo era algo como <<Si no hubiese fuerza de gravedad,
nos tiraríamos a las estrellas>> Seguramente querría desaparecer en
ese cielito tan bonito, tan humeante, tan alquitrán, tan amonio; porque entrar
a ese cielo significaría, muy seguramente o tal vez, la muerte. Y ahora el
cielo se convierte en un espejo de nubes y soles –ya no tan radiantes− y Johnny
miraba su reflejo por primera vez. La miraba. Su mano, inmóvil, rodeando su
torso. Y era solo un pedazo de ella la que lo hacía imaginar profundos
acertijos. Pensaba en la fragilidad de los reflejos también, en como una simple
ráfaga de olvido se llevaría hasta la última imagen del hermosísimo recuerdo. Se asustó enormemente de pensar que al abrir una ventana o que al dejar pasar
el tiempo el humo-del-recuerdo se escaparía como para siempre. Entonces Johnny
se puso a fumar y a fumar. Y la habitación parecía un incendio, una llamarada
de memorias incompletas. El corazón iba latiendo menos y menos, un cigarrillo
más un latido menos. El hermosísimo recuerdo se quedaba sin aire. El cielo la aplastaba
entre tanta nube y tanto recuerdo, la mano se aflojo y cayó un poco hacia el
abdomen de Johnny que seguía fumando, mirando al cielo que era un gran espejo.
La luz parpadeaba con más intensidad. La cajetilla se quedó sin municiones.
Pero ese cuarto de motel ya no era una habitación rentada, era más como un Edén; con un Adán y una Eva. Y un Dios
escondido entre el techo descarapelado que lo veía todo. Un Dios que Johnny
seguramente había inventado también. El tiempo pasó, el humo se escapaba, ya no
había más cigarrillos, ya no había más soles, no más nubes, no más recuerdos. Una ventana abierta. Afuera llovía y
dentro de la habitación se sentía el frío. Solo quedaba un techo entre café y
beige, un foco parpadeante. Y fue cuando el hermosísimo recuerdo despertó de su
desmayo y miro a Johnny con unos ojos muy tristes.
−Vos volviste a fumar
¿Cierto?, lo habías prometido.
−Y vos lo volviste
hacer de nuevo…
− Que tonterías decis.
−Vos lo volviste a
hacer de nuevo. Volviste a aparecerte en el cielito del techo, vos te enojas conmigo
porque fumo, pero no es el cigarrillo lo que va a matarme. Es ese estúpido cielo
en el que te paseas. Sos vos la que va a matarme.
Entonces Jonnhy entendio que el hermosisimo recuerdo era como un cigarrillo. Un recuerdo que se quemaba. Que se esfumaba con la ventana abierta.
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