Me
encontraba soñando, no recuerdo el sueño; bueno trato de no hacerlo porque
soñaba contigo. De repente sentí como la saliva se me escurría hacia los
pulmones, trate de respirar, no pude, me ahogaba con mi saliva o era la tuya o
eran los húmedos recuerdos de la noche. No lo sé. Pude despertar vivo. Me sentía
como después de una noche de tragos, débil, somnoliento y con nauseas. Mi piel
estaba pegada a las sabanas por el sudor de mi cuerpo. Los grillos acababan de
fastidiarme con sus estruendosas patitas, estos animalitos solo lo hacen cuando
tratan de aparearse. Es un llamado al amor. Me recuerdan a mí antes de dormir,
yo también muevo mis patitas, ¿será porque sé que es de noche, y trato de
llamarte a por lo menos hacer el amor entre sueños, lagañas y desvelos?
Entre
tanto pensar en los grillos del jardín, me olvide de lo que quería hacer, ver
la hora; era eso. Quite el ruido de mi cabeza, aun acostado, extendí la mano
para buscar mi móvil, tiré algunas cosas del mueble, entre ellas un vaso de
agua y una foto amarillenta por el tiempo; en donde aparecemos tú y yo. Tú ya
casi no te ves, el tiempo se ha encargado de irte borrando, te has vuelto
amarilla y desabrida, te has convertido al color del olvido ¿De qué color te estaré
pensando ahora? La pantalla del celular brillaba mucho, al llevar el resplandor
a mi cara sentí que los ojos se me quemaban, los cerré de inmediato, aventé el teléfono
al piso. Me levante de la cama y prendí las luces de la alcoba. De regreso a la
cama le puse un pisotón al móvil, detuve mis manos que sobaban mis ojos. La luz
ya era un poco más soportable; las 0:00 decía el reloj del teléfono. Qué raro
me resultaba esto, no había tiempo, al parecer se agotó, se fue o no quiso más
contar los minutos de una vida detestable. Me puse a pensar en la hora, en lo
que pasaba en estos momentos. Nada pasaba, no se escuchaban los grillos, ni las
molestas voces del televisor, ni tu nombre en mi cabeza. Me gustaría vivir en
las 0:00 por siempre, que bonito seria vivir sin tiempo.
Me
mostraba tan eufórico por mi descubrimiento que me levante con el motivo de
escribir aunque fuera mi nombre; todo era tan distinto a medianoche que pensé que
mi nombre pudiera ser otro. A lo mejor, y a esta hora podía llamarme: Elías,
Oscar, Soledad o Irene. Tenía el poder de ser quien quisiera, de llamarme como
prefiriera, de no llamarme, de no ser, si lo quería. Decidí ser y llamarme para
contarles esto. En el escritorio de mi cuarto había unas cuantas hojas blancas
garabateadas, estaba escribiendo una novela. Una taza de café, muy frío ya,
sujetaba las páginas para que no se volaran con un vientecillo entrometido,
pero a esta hora sin tiempo no hay viento. Retire la taza de café que dejo una mancha
oscura en una de las hojas. Le di un sorbo a mi bebida, un café frío nunca es
bueno, es como hacer el amor con calcetines; no le veo el sentido. Deje la taza
en el piso, saque punta a unos de mis lápices, no me gusta escribir con bolígrafo,
me equivoco muy seguido, se torna irritante estar poniendo corrector a cada
segundo, prefiero borrar, aunque debo confesar que las basurillas de la goma me
molestan mucho, se me hacen insoportables y abstinentes. Por más que les soplo
y las aviento a un lado siempre regresan, o se quedan entre el espiral de los
cuaderno, casi, casi, como tu presencia, que se me ha quedado entre las
costillas y los parpados.
Empecé
a escribir un poco, unas cuantas frases, nunca acabaron de convencerme, las
borré. Hice otro intento, ahora me decidí a escribir un pensamiento, también
falle en eso. Por último quise escribir un poema, pero en eso sí que soy pésimo.
Deje de intentar por un momento, como no había tiempo, digamos que por un
suspiro y dos ausencias deje de escribir.
En
mi cabeza trataba de visualizar algunas palabras que fueran dignas de este
papelito manchado de café. Escribí la palabra harén, y tu nombre como unas
cincuenta veces. Me retire del escritorio al ver que no podía escribir nada
bueno, algo que valiera la pena. Al caminar hacia el interruptor, con el afán
de apagar las luces, que se hallaba cerca de la puerta, un calor húmedo se formó
en mi espalda. Mi cara escurría de sudor al poco tiempo, me di la vuelta. El
escritor había desaparecido, en su lugar estaba un poso cuadrado del cual salía
vapor, mucho vapor. Regrese la mirada al interruptor, que para mi sorpresa ya
no existía, tampoco la puerta, en vez de ello había una cortina muy delgada
pero detrás de ella solo podía apreciarse una oscuridad temeraria.
De
golpe apareciste unas cincuenta veces. Estabas desnuda, vestida, mojando tu
cabello con un perfume de azucenas, besándote contigo misma, bailando la danza
de los siete velos, comiendo una manzana, sonando unos cascabeles con tus
muecas, masturbándote, mirándote en un espejo. Te encontrabas en la noche
buscando tu reflejo en la luna. Estabas en todos lados, haciendo todas las
cosas. Estabas aquí, allá, por acá, encima de mí, a un costado y acostada
también. Me puse a temblar, y no de nervios, ¡de miedo! Ya era bastante
contigo, ahora, tener cincuenta como tú era gravísimo. Si tu solo recuerdo me ponía
a morir y a renegar la vida ¿Qué sería de mí con cincuenta recuerdos tuyos en
mi cabeza? No lo quiero ni imaginar.
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