domingo, 26 de julio de 2015

Quemar las naves: De la plática a la destrucción, y un repaso sobre el amor

Texto visión




Dedicatoria: A Nidia R.



Habíamos terminado de hacer el amor como cualquier otro día, e inmediatamente sus labios se llenarón de ese sentimiento de locura y honestidad. Todo conspiraba para  desembocar en una plática sinsentido... desinteresada... sin ningun propósito más que el de confirmar el porque estaba enamorado de ella. Lo que viene después del sexo: "La plática". La destrucción del ser ante su semejante. Una plática puede convertirse en un espejo. Las palabras reflejan el alma, sirven de redención... y confesión… Ella estaba ahí, recostada sobre las sábanas mojadas, desvanecida como el pétalo de flor que cae al piso sin hacer el más mínimo ruido. Silenciosa. YO era incapaz  de disipar la nostalgia... la melancolía de verla deshecha, cansada, sudada... destruida. Menciono la "destrucción" porque para mí estas pláticas no llevaban a ningun lugar, siempre, por más que uno trate, estas largas conversaciones post sexo solo pueden terminar en la desilusión... Usualmente, esta desesperaza encuentra su origen en las largas e inesperadas expectativas del uno sobre otro: Uno siempre quiere más. El asunto es siempre la cantidad, de historias o de ilusiones, al final, inevitablemente, alguno de los dos se rompe, porque el amor es así. Uno siempre espera más de lo que debería, y el otro siempre da menos de lo que esperaba. Ella hablaba, Yo la escuchaba... o al menos trataba. Mi cabeza suele divagar. De vez en cuando asiento con la cabeza, pongo cara de sorprendido, es absurdo, lo sé, pero ella lo sabe, y le encanta que me haga el interesado. Ella estaba ahí, desnuda, con un cigarrillo entre sus dedos; hablando y hablando sobre banalidades, estaba loca. Estaba tan loca que en vez de reírse se ponía a llorar, y en vez de sorprenderse se entristecía. Cuando la veía bajar la mirada solo me daban ganar de tomar sus manos, pero sujetar sus manos siempre era un riesgo... era 
como sujetar los conductos de electricidad esperando, estúpidamente, no ser electrocutado…Pero ella lo era todo, para mi. Estaba claro. Ella estaba… ella estaba… 
  
Ella estaba ahí. Inmóvil, casi parecía un cuerpo sin vida. Mantenía su respiración  al mínimo... tal vez un día se le olvidaría respirar... Ella siempre decía que no había que respirar mucho, solamente lo necesario, porque si no, nos llenamos de tanta vida que nos era imposible vivirla, y esto, según ella, es lo que entristece a los hombres...  Ella estaba ahí, recordando el pasado, el santo pasado, decía...

− Un día tuve una bolsa llena de cartas de amor, y las queme. Aún sabiendo esto ¿me sigues queriendo? ¿Me seguirías queriendo sabiendo que algún día me vuelvo loca y te quemo, en un intento por empezar de nuevo?, dijo sin dejar de mirar el techo.

Quemar las naves… susurre.

Sí, lo has dicho bien… quemar las naves… salvarse de lo insalvable… vencer lo invencible… olvidar lo inolvidable…  ¿ tú crees en eso? ¿Es posible olvidarlo todo y empezar de cero?

− Supongo que sí, de cierto modo; todos hemos quemado las naves alguna vez en nuestras vidas. Olvidar el nombre de una persona, olvidar sonreír, vomitar de borracho, llorar hasta quedarse dormido, escribir un poema sin métrica o llamar Verónica a Berenice en la primera cita, supongo que son formas de "quemar las naves"...


Don´t Care


Ella estaba ahí. Seguía ahí, mirando el techo, pensando en un sinfín de problemas sin solución. Ella estaba obsesionada con el asunto de las energías renovables, comentaba cosas sobre las presas. Sobre las plantas eólicas, solares y de biomasa. Hablaba sobre los desperdicios radiactivos, sobre la importancia de evitar comer animales. Hablaba de las grandes empresas de alimentos y en como contaminaban nuestros cuerpos con productos tóxicos. Hablaba sobre la industria de la moda, la belleza y sobre sus crueles experimentos, y era irónico, porque ella estaba fumando… Hablaba del derretimiento de los polos, el calentamiento global y la gran estafa que supone el capitalismo. Hablaba de que alguna vez perteneció a Green Peace, al movimiento feminista Femmen. Hablaba de la lucha social, dijo: “Cada quien elige porque luchar, porque al final, se da cuenta que luchar supone morir, y uno no puede morir en vano”. Hablaba del hambre en África y de la violación de los derechos humanos en Medio Oriente, de los niños muertos en los conflictos árabes. Hablaba de la vez que regalo abrazos, de la vez que le falto uno y se puso a llorar sin parar en la oscuridad de su habitación, pero ella sabía que mi hombro siempre estaba abierto, como un bar, y en el, al igual que en su habitación estaba oscuro y se valía llorar. Hablaba de su mejor amiga. Hablaba de la escasez del agua, lo repetía constantemente, con una preocupación que hacía temblar sus labios. Retomo la cuestión de las energías renovables, recalcaba la importancia de encontrar vías alternas a los combustibles fósiles. Mencionaba que algún día el agua se terminaría, que algún día los bosques se terminarían y junto a los mares. Decía que algún día se terminarían las reservas de sangre en los hospitales, que algún día el mundo se acabaría y con el todo lo que pudiera existir... Y yo estba tumbado en la cama, a un costado suyo. Escuchando todo lo que decía, viéndola terminar su cigarrillo... esperando que ella nunca se terminara.  

sábado, 14 de marzo de 2015

Mis más sinceras disculpas al lector (Fragmentos de Olvido)

Lucia salió de casa sin recordar que la cita estaba programada para el medio día. De hecho  olvido los papeles del juicio en la cómoda, olvido las llaves de la casa y del automóvil, olvido la bolsa, olvido maquillarse, bañarse, perfumarse, vestirse, despertarse. Lucía no pudo recordar la dirección del tribunal, ni las palabras que debía pronunciar para saludar al portero del edificio. Olvido lo que era un edificio, olvido al portero, olvido como bajar las escaleras, olvido inclusive como parpadear, caminar, sonreír, estornudar, como despertar. Lucia olvido el color de su cabello, el brillo de su dentadura, el olor del café, el sabor del pastel, olvido despertar.

Lucia despertó de un salto, pero no pudo recordar el sueño, ni como respirar, palpitar y despertar (porque como podría estar segura que en realidad estaba despierta sí ya lo había olvidado). Entonces volvío a cerrar los ojos y se
                                                                              disolvió.


¿Fin?
 (lo olvide) 

viernes, 2 de enero de 2015

La mirada

La miraba. Con cada parpadeo su silueta se disolvía dentro de mi pupila. Con cada segundo que pasaba contemplándola, su cuerpo se alejaba del insensato concepto de materia para irse acercando al paradisiaco, y excitante, instante de desvanecimiento. Se volvía sombra, espectro, fantasma, el objeto del objeto. La miraba desde la contra esquina de la calle Orizaba. La contemplaba como se contempla un Picasso... con curiosidad por descubrir sus formas. La miraba profundamente, hasta las entrañas, buscando reconocer sus concavidades y geometrías, como, por ejemplo: los tres lunares a un costado de su ceja izquierda. 

Cuando cerraba mis ojos, su imagen se desvanecía como una figurilla de arena. Me sumergía momentáneamente en la oscuridad de la visión, ahí, trataba de reconstruirla con el pensamiento. Imaginaba sus suaves parpados, sus ojos felinos, su sonrisa, sus labios rojos y sus dientes blancos. Imaginaba su paladar y su lengua, con esfuerzo trataba de recordar el color de su cabello. Imaginaba desde el hipotálamo hasta el cerebelo, desde el infinito hasta la nada. La unidad que se convertía en el todo. Pienso con regularidad que las mujeres son espejos reflectores del espíritu. Uno se dedica a mirarlas como esperando algo de vuelta, a veces solo llega una bofetada, pero de vez en cuando podemos encontrarnos a nosotros mismos. Podemos vernos postrados, heridos, cobardes. Irreconocibles. Hay que cuidarse de mirarlas por periodos prologados, ya que en el mejor de los casos nos llega solo la desilusión, pero en el peor, nos llega el amor...

Al abrir nuevamente los ojos ella seguía allí parada. Estaba ajustándose la coleta. Creo que estaba sonriendo... sí, eso creo. También recuerdo que se retoco los labios con un lápiz labial. El río de automóviles seguía fluyendo, era lo único que nos separaba. Un violento y letal torrente metálico. Había salido de la biblioteca cuando la encontré, y para entonces llevaba demasiadas cosas en la cabeza, pero fue al mirarla que recordé el fragmento de un texto que acaba de leer: “Viajo para conocer mi geografía, escribió un loco, a principios del siglo, en los muros de un manicomio francés”.  Está mujer era un viaje, pensé, cuando de pronto se puso a caminar, paso justo frente a mí. La luz del semáforo ya estaba en rojo, no había más autos atravesando la calle. Recuerdo que agacho la mirada, como sí quisiera estar al tanto de sus pasos. Llevaba un par de libros abrazados a su pecho. Me dispuse a seguirla, encendí un cigarrillo, le di el primer golpe y me coloqué a unos cuantos metros de distancia de tras de ella. “Viajo para conocer mi geografía”, volví a pensar. Las mujeres son un viaje de ida, pero jamás de regreso, me dije. Específicamente esta mujer me daba la sensación de estar viajando a través de un desierto. Súbitamente fui víctima del cansancio. El espejismo de sentirme cerca de su espalda, y justo cuando trataba de sujetarla por el brazo para detenerla tropezaba de golpe con la banqueta. Pero es cierto, que hasta en el desierto más solitario, hay algún sitio en el que una flor florece. Así que valía la pena seguirla hasta el fin del mundo o hasta las vías del tren, con tal de presenciar el milagro de la vida, dónde solo existe la muerte.

Aquí no existía nada platónico, me dije. Es solo curiosidad. ¿Cómo podría ser esto algo platónico?, sí esta mujer solo lleva treinta minutos en mi vida, me dije. Luego recordé mis propias palabras: “Hay que cuidarse de mirarlas por periodos prologados, ya que en el mejor de los casos nos llega solo la desilusión, pero en el peor, nos llega el amor...”. Aquí no existe nada platónico, me lo volví a reafirmar. Aquí no existe nada platónic... aquí no existe nada platóni... aquí no existe nada platón... aquí no existe nada plató... aquí no existe nada pla... aquí no existe nada pl... aquí no existe nada p... aquí no existe nada. ¡AQUÍ NO EXISTE NADA! 

Ella seguía avanzando, ocasionalmente se detenía cuando se encontraba con una boutique. Se detenía para ver la ropa de los exhibidores. Se quedó quince minutos observando un vestido de novia, luego cerró los ojos, sacudió la cabeza, y toda su cabellera amarilla voló por los aires envolviendo su rostro. Cuando volvió a reanudar su camino, sentí que ahora éramos uno. Ya lo había dicho antes, las mujeres son un espejo reflector. Uno las mira y acaba mirándose, creo que eso es lo que las vuelve tan atractivas. No son las curvas, ni la fragancia Chanel. No son los escotes o las mini faldas. Es su luz, que nos ilumina la que nos hace caer rendidos. Entre todos estos pensamientos, ella siguió caminando, hasta que de pronto se detuvo frente a la puerta de un edificio. Volteo hacia los lados y su mirada se incrusto en mí, sonrió, abrió la puerta con un leve empujón y desapareció. Durante los siguientes dos minutos no pude hacer nada más que quedarme inmóvil a unos pasos del portón en el que había desaparecido. Pensé que sería una imprudencia entrar y seguirla hasta la puerta de su departamento, mirarla de frente. De todos modos, esto no era nada parecido al amor, era mera curiosidad. ¿Curiosidad de qué?, me pregunte. Finalmente me decidí, entre. Pude seguir su rastro, que extrañamente me llevo a la azotea del edificio. 

Al atravesar la puerta, que me llevaría de nuevo al exterior, el atardecer se presentó frente a mis ojos. Delante de la segadora luz, pude distinguir la silueta de la mujer. Estaba parada justo en el borde. Parecía que estaba jugando, lo juro... Los libros que llevaba abrazados estaban a un lado mío, tirados en el suelo. Conforme me iba adentrando su silueta iba tomando forma, color y profundidad. El cabello que se le escurría por los hombros y la espalda. Sus delgadas piernas que salían por debajo del vestido. Tenía los ojos cerrados. Sí, eso supuse. Toda decisión difícil se hace a ciegas, ya que existe la posibilidad de fallar, y de ser así, siempre podremos decir: “No lo vi venir”. Volví la vista hacia los libros que estaban regados por el piso. Tomé entre mis manos el primero de la pila, “Suicidios ejemplares”. Comencé a hojearlo, y de pronto, en una de las páginas, la mujer había subrayado una frase: “…la vida es inalcanzable en la vida, la vida está muy por debajo de sí misma y la única plenitud posible es la plenitud suicida”.  Cuando regresé la mirada hacia ella, ya se había dado la vuelta, tenía los ojos cerrados. ¡Lo sabía!, pensé. Extendió sus brazos, dio un gran suspiro y se dejó caer sin más.

La verdad no me sorprendió. Su muerte ya la había sospechado, y se me anuncio en cuanto leí esa frase que tenía marcada en el libro que cogí del piso. Caminé hasta el borde del edificio, miré hacia abajo, allí estaba ella... otra vez su cuerpo se me presentaba como una lejana silueta. No te enamoras de los grandes senos o las nalgas redondas, te enamoras de la posibilidad. La posibilidad de alcanzar la luz. No te enamoras de la ropa que viste, de su estatura o del tamaño de las mejillas, te enamoras de la posibilidad de viajar entre los parajes de su cuerpo, la posibilidad de perderte en su silueta... su cabello... sus ojos. La posibilidad de emprender un viaje sin retorno. Te enamoras de la posibilidad de poder ir a la cama entre risas y gemidos, de fumar un cigarrillo sin pensar en el alquitrán y el cáncer de pulmón. No te enamoras de los ojos azules... te enamoras de la posibilidad… la posibilidad de mirarla durante un periodo prolongado y no enamorarte, jurar que no estás enamorado, decirte: ¡Aquí no hay nada platónico!, para finalmente, caer enamorado. 

Salí del edificio, la gente se acercaba al cuerpo de la mujer para observarla. Muy a lo lejos, se alcanzaba a escuchar el leve murmullo de una ambulancia. Había salido de la biblioteca cuando la encontré y comencé a mirarla. Tenía muchas cosas en la cabeza. Mientras me alejaba de la sangrienta escena, volví a recordar un fragmento: “Rosa Schwarzer comprende enseguida que se trata de volver a suicidarse, en este caso de practicar el gesto al revés, un suicidio que la haga caer, no del lado de la belleza sino del lado opuesto, del lado de la vida.”