I
Después
de la Segunda Guerra Mundial la gente quedó aterrada. El miedo y la devastación
se podían oler como a un perro muerto a varios metros. Después de las bombas atómicas,
la postulación de la teoría del puente Einstein- Rosen, de La Orden Negra, de
los experimentos con gemelos, del homicidio de varios pueblos y del Ocultismo y
súper armas Nazis nació un nuevo –y déjenme decirles que muy menospreciado-
oficio, si así se le puede llamar a una actividad desempeñada por un solo individuo
en toda la faz de la tierra. Y sí; ese hombre soy yo: Gustave Levy Ichaj. Fui
uno de los pocos judíos que lograron escapar de Alemania y librarse –durante años
de clandestinidad- de las fauces infernales de la SS. Soy hijo único y
probablemente último descendiente de mi familia, ya que probablemente ellos no
fueron tan afortunados como yo. No dudo que mi madre haya luchado hasta con el
último aliento, y mi padre…que decirles de él. Seguramente se unió a algún
grupo de resistencia y tal vez término fusilado o muerto de hambre en los
bosques.
A
veces la gente me pregunta si no tengo temor de encontrarme con algún loco en
la calle que aún sienta resentimiento por mi raza, siempre contesto lo mismo: “El
miedo es como una gran enfermedad, y como tal solo se les presenta a los débiles
de condición…” Supongo que Dios –si es que existe- debió darme una especie de
don, porque haciendo un recuento no recuerdo haber sentido miedo alguno en los
años que pase huyendo, viendo morir a mi gente y escondiéndome en las
alcantarillas. Y es por eso que soy el único que puede desempeñar este oficio
tan difícil que es el de cazar miedos…
Mi
nombre es Gustave Levy Ichaj y soy un Cazador de miedos judío. Al escribir
esto no llevo en mente ser recordado como la excepcional persona que logró escapar
de la muerte, ni mucho menos como el inventor de este nuevo y tan peculiar
oficio. Pretendo, y con mucha persistencia, elaborar una guía para que el
siguiente hombre, de cualquier tiempo-espacio, de cualquier raza y edad que
deseé curar a la humanidad de su gran enfermedad, tenga el suficiente
entrenamiento para adentrarse, por mi opinión y experiencia, en el peor infierno
de todos; El miedo.
II
Existen
varios métodos para curar a una persona de su miedo -lo supongo- pero el único método
que conozco y que me es totalmente eficiente; es el método por conexión mental.
Esto supone que al miedoso se le recuesta en una mesa de metal la cual debe
estar fría, se le vendan los ojos al individuo en cuestión. Ya recostado y en
una oscuridad total, se lleva a cabo un trabajo de sugestión muy elaborado, que
pueden ir desde grabaciones de gritos, hacerlo que sienta el filo de algún
cuchillo, contarle una historia. A mí en lo especial eso de las cintas me era
muy efectivo. Las grabaciones con las que trabajaba me las regalo un soldado
americano al cual le quite el miedo de morir en servicio. Así que me recompenso
con unas cintas encontradas en uno de los tantos campos de concentración Nazis, en donde se podían escuchar unos gritos feroces por parte de los torturadores,
y después unas suplicas que eran capaces de erizarte la piel y sacarte los más
profundos miedos con escucharlas unos cuantos minutos.
Ya
que el hombre está temblando de miedo, uno coloca sus manos en la cabeza de su
paciente y cierra los ojos. Poco a poco todo va a ir despacio, los ruidos se
van a silenciar, y todo a tu alrededor –incluyendo tu cuerpo- de pronto va a
detenerse. Y te verás dentro de la cabeza del miedoso. Ya estando ahí uno debe
utilizar sus dotes de sobreviviente, porque la cabeza humana puede estar llena
de cosas atroces y enfermas, pensamientos que a uno lo dejan anonadado. El cazador
de miedos tiene que adentrar en el subconsciente de su paciente y encontrar la
raíz del miedo, que puede ser un acontecimiento, una idea, una persona, un
artefacto de la vida diaria. Ya identificado, se lo lleva uno en un bolso de
cuero. El cazador de sombras debe de ser rápido ya que el congelamiento astral
no dura mucho y uno puede quedarse ahí, entre los miedos de una persona. Y de
ahí sí que no hay escape. Ya una vez afuera la bolsa de cuero tomara la forma
de algún objeto que porte el miedoso. Una cartera, un reloj, un sostén, un
zapato, una joya; que se yo cualquier cosa. El cazador de miedos distinguirá
este objeto por la energía que solo él podrá sentir. Posteriormente el objeto
se quema. Y el miedo desaparece…
Pero
hay que tener cuidado, no todos los pacientes son iguales. El miedo de algunos
viene de cosas insignificantes, pero hay otros que podrían matar al Cazador de
Miedos con tan solo mirarlo dentro del inconsciente.
El
día 17 de Octubre un hombre vino a visitarme por la tarde. Llevaba puesto un
traje negro y un bastón de madera muy elegante. El hombre se quitó su sombrero
al verme, aún lo recuerdo, para saludarme de manera muy respetuosa. Después de
las presentaciones pertinentes el Sr. Cohen y yo entramos a mi tienda. Ahí le cubrí
los ojos y lo recosté en la mesa, lo vi retorcerse con los gritos y llorar como
un pequeño niño. Sin darme cuenta en tan solo unos segundos ya me encontraba en
un desierto. El calor era agobiante, pero a pesar de eso camine y camine
durante un largo tiempo, de pronto todo cambio al subir una gran duna. Al otro
lado de ese montículo de arena había una ciudad totalmente arrasada. Los
edificios se caían a pedazos, unas cuantas personas con las ropas rotas
caminaban sin rumbo en la mirada y sin esperanza en los pies. Camine por las
calles llenas de escombros y me detuve en una tienda de pianos a la que le faltaba
el techo. Se escuchaba una linda melodía que salía del edifico. Entonces entre
y vi a una mujer desnuda que tocaba el piano con una delicadeza sublime. Ella
se detuvo al sentir mi presencia y fue cuando supe que miraba al miedo del Sr.
Cohen. La mujer se levantó del banco y se abalanzo a mí con furia, gritando y
despidiendo un olor a rosas me derribo. Yo luchaba en vano pues la fuerza de
esa mujer que me sujetaba por el cuello tratando de matarme era más que con la
que yo solía tratar.
Y
de nuevo, no sé si fue Dios el que me lanzo una bomba desde el cielo del inconsciente
del Sr. Cohen para poder librarme de aquella mujer y regresar corriendo a la
salida que me devolvería al mundo exterior. Al regresar pude ver al hombre que
se convulsionaba en mi mesa y quedaba sin vida al poco tiempo de mi regreso. Su
mano fría dejo caer un collar con la foto de la misma mujer que trato de ahorcarme,
y fue ahí cuando entendí que uno no puede curar el miedo a enamorarse. Ni en
esta ni en ningún otra vida.