En el mundo existen muchas
cosas inservibles, como el apéndice, la ropa a la hora de dormir, el ateísmo,
las reglas de acentuación y el existencialismo religioso. Pero para José
existía algo más inservible que todas estas cosas juntas: las palomillas. Y si
uno se pone a pensar de manera clara; es cierto. José pasaba las tardes mirando
la pared del jardín, fumando y pensando cúal podría ser una buena
utilidad para estos insectos, en alguna ocasión intento quemarlas, después les soplo encima el humo de su tabaco, pero no pasaba nada. Las observaba por semanas y
meses, y las mismas palomillas permanecían en el mismo ladrillo de la misma
pared de la misma casa de la misma desesperación de José del mismo cielo
lluvioso. Cierto día, después de que José completara su rutina diaria:
Levantarse, escribir un poema, morirse, fumar un cigarrillo y mirar a las
palomillas, por la noche decidió recostarse. Cerró los ojos, comenzó a
imaginar una vida sin palomillas… La noche también cerró los ojos, y como si el
tiempo fuera el vicio de la oscuridad, las horas fueron consumiendo la noche hasta dejarla casi esqueletica, una noche desabrida, desnutrida. Ya cuando el sol se levantaba, una de esas criaturas inservibles como por
un milagro alzo el vuelo, voló en círculos, en línea recta, en picada y de
pronto entro a la garganta de José. Ambos murieron.
Lo que José no sabía es que las palomillas también se detenían a mirarlo durante la tarde, ellas también se preguntaban: ¿Qué utilidad tendrá esa criatura?, al fin, es como el álgebra en el que los números iguales con distinto signo se cancelan, no es ninguna singularidad. Dos cosas inservibles, supongo, no lo sé; se cancelan.
Que paradoja tan gráfica, puedo sentir el olor a tabaco, el calor de los rayos de sol que se filtran tímidamente y el aletear de las palomillas, gran sinestesia. Me encantó.
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