Es insoportable ver como el
mundo tiende a los círculos. Yo lo digo, es muy molesto ir caminando en un día
lluvioso y mirar que todo a tu alrededor está compuesto de diminutos y grandes
círculos. El neumático de la bicicleta, el balón con el que juegan unos niños
al otro lado de la calle en un parque polviento que por la lluvia se ha vuelto
lodoso, las esferas del árbol de navidad que ves al
pasar por una casa que mantiene una ventana abierta, las manzanas que están en
la mesa de esa casa, caminas por cuadras y cuadras y te asombra la variedad de círculos
que puedes encontrar en una larga pero simple caminata.
Te detienes por un momento
para recobrar el aire y descansar los pies, recargas tu codo en una pared azul que se encuentra cerca de ti, te ensucias el saco negro del elegante traje que portas pero no te
importa más, de hecho ya nada te importa, sostienes el paraguas con debilidad
hasta que algo dentro de ti te obliga a tirarlo y lo ves volar en círculos a
causa del viento que se produce en ese instante. Cierras los ojos y respiras profundamente
antes de soltarte de la pared y seguir tu camino. Metes tus manos a los bolsillos de tu pantalón
negro y caminas. Llevas la frente abajo, la lluvia cae por toda tu espalda, por tu
cabello y de ahí se escurre hasta empapar tu cara. Vuelves a pensar y los círculos
vuelven a tu mente. Se vuelve insoportable pensar en ellos, de vez en cuando
haces una cara de disgusto y murmullas tonterías, la gente que pasa a tu
alrededor te mira de manera extraña. De pronto golpeas a una mujer con el
hombro, alzas la vista, te das cuenta que lleva puestos unos aretes circulares,
sacudes la cabeza, vuelves a mirarla, sus miradas chocan, la ves profundamente y te das cuenta que un circulo negro que esta clavado
en un círculo azul que a su vez esta clavado en un círculo blanco conforma sus
ojos. Ignoras esto y bajas la vista, omites la sonrisa de la mujer y sigues
caminando.
¿Cómo es posible que el todo
este compuesto por círculos?, y te pones a repasar: Cuando eras niño la rueda de
la fortuna, aquella vez que fuiste a las vegas la ruleta de blanco y negro, de
adolescente el aro del condón, de adulto el volante de tu automóvil que durante
años has tomado con hastió y golpeado con desesperación. Toda tu vida se resume en formas esféricas aquella vez en la clase de literatura moderna en la que el profesor
te mostró el Ouroboro usado por Nietzsche para representar el eterno retorno,
la idea del eterno retorno en sí, el ciclo de la vida, el ciclo del agua, el
ciclo de negocios, todo esto te vuelve loco. Te detienes con la luz roja del
paradero de automóviles, los observas pasar, van tan rápido que apenas y puedes percibir
el olor a gasolina combustionada. La luz está en verde, deja de llover, pero ya
te encuentras empapado, cruzas la calle, caminas dos cuadras más, doblas a la
derecha, después a la izquierda, derecha de nuevo y te encuentras parado frente a la puerta
de un edificio muy viejo. Sacas unas llaves de tu bolsillo izquierdo, metes la llave
en la cerradura y das vueltas en círculos hacia la derecha, el seguro sede,
abres la puerta, pasas, la cierras a tus espaldas, te diriges al elevador,
subes, presionas el número cuatro y las puertas se cierran.
Entras al departamento número
treinta y dos. Te quitas el saco mojado y lo cuelgas en el respaldo de una silla,
tomas la cajetilla de cigarros que ya te esperaba con ansias en la mesa del
comedor. Entras a una habitación muy arreglada, de un cajón sacas un revolver y
lo cargas con una sola bala, con la pistola en una mano y el cigarrillo en la
otra te sientas en el piso recargando tu espalda en una parte de la cama, le
das un golpe al cigarro, y el humo que emana de tu boca lo hace en pequeños aros que se burlan de ti, pero guardas la calma, dejas el revolver en el piso para aflojarte
el nudo de la corbata, vuelves a fumar. Recargas la cabeza en el borde de la
cama y ves como los círculos de humo se desvanecen en tu habitación, es el
colmo que algo que te cause tanto placer ahora te fastidie tanto, pero te das
cuenta de algo, aunque piensas que ya no vale la pena pensarlo, apagas en cigarrillo
en la alfombra de la habitación y llevas el revolver a tu sien. Escuchas como la
ruleta rusa comienza, cierras los ojos, aprietas los dientes, pero el disparo no
llega, solo un gran silencio y tu latidos aturdidos retumban por todo el cuarto.
Te detienes un momento, quieres reflexionar:
Piensas en la forma redonda
del átomo, piensas en el modelo de Bohr, y te das cuenta que alrededor del átomo
giran electrones de manera circular. Te imaginas como el átomo crea la vida.
Piensas en la tierra, piensas en que esta es redonda como una gran esfera llena de oxigeno, piensas en como la tierra gira sobre su propio eje. Imaginas el
sistema solar, por lo tanto piensas en miles de átomos, y en varios planetas que
giran en su propio eje formando círculos invisibles, y piensas en que ellos a
su vez giran alrededor del sol, y piensas que tal vez todos los sistemas
solares del universo giran en torno de una materia infinitamente misteriosa. Piensas que tal vez esa materia misteriosa es Dios. Y te lo imaginas sentado,
fumando un cigarrillo, apuntándose con un revolver en la cabeza. Imaginas que
el arma de Dios en una galaxia, que va a disparase un mundo, e imaginas que
está jugando con nosotros, pues si los mundos son las balas ¿Qué somos
nosotros? ¿La pólvora que se consume con el fuego? Piensas que tal vez Dios
también está harto de ser y no ser. Piensas en que tú y Dios juegan en este
preciso momento a las ruletas, los dos están jalando el gatillo al mismo
tiempo, ambos aprietan los dientes, cierran los ojos y fruncen las cejas. Ambos
juegan con el otro, con la existencia de sus miserables vidas. Las ruletas
giran y giran.
He leido todas tus entradas, desde la chica del rolex hasta mujeres voladoras no identificadas, éste para mí, y sin desmeritar a los otros, es hasta ahora tu mejor trabajo.
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