La vuelta al día en
ochenta mundos es una grandísima metáfora de 193 páginas. Que supone cosas tan absurdas como Con
legítimo orgullo, La vuelta al piano de Thelonious Monk y otras tantas un poco
más serias como Encuentros a deshoras. Es un libro que se lee en reversa, en el que todo empieza a girar en torno a un solo día, en torno a una sola persona. Un
número uno, que como cuenta Lacan; se regocija de ser impar al igual que Dios. Y
entonces de un cuento a otro aparecen recuerdos. Como la lectura contrapone las
ideas, y uno no lee al libro, sino que el libro lo lee a uno. Evoca un recuerdo simple, que te lleva a la lectura de
El derecho al delirio de Eduardo Galeano. Entonces me hace pensar que los
libros nos leen; que se aburren de nosotros y nos guardan en bibliotecas enormes, nos
apilan como objetos, como si estuvieramos llenos de páginas y tinta. Pero no
bastarían unas cuantas bibliotecas. Los libros empezarían por apilarnos en los
bordes de las naciones; así se crearían enormes murallas humanas. Y si el
televisor nos mira, y el periódico nos anuncia, y si el automóvil nos conduce,
y si la comida nos come, y si las escaleras nos suben, y el mundo nos recorre,
y el reloj nos da cuerda. Nos convertimos en objetos de objetos. Esclavos de
todo lo que hemos creado. Es cierto que todo, cada uno de los ochenta mundos,
me llevan a una continuidad casi insoportable, el encuentro a deshora
que sin buscarlo; llega. Te encuentro encerrada entre cada párrafo, cada vocal
y cada diptongo que propone la lectura de Rayuela. Y como el día es una gran metáfora
envuelta por un sistema en reversa, que nos lleva a deducir que en cualquier
momento caeremos entre el asfalto, a lo negro del piso, de un lugar que nos
sume y nos anula, como un número negativo y uno positivo. Digamos que nos
volvemos sombra de nuestra sombra. El anti-humano del que somos antecesores. Y
en ese momento cuidado con pensar mucho en una persona, porque los recuerdos
también se devalúan. Quién sabe si un día me levanto; suponiendo que puedo
hacerlo, y ya se me allá olvidado esa promesa que rompiste, que vos te quitaste
la pulserita, que vos me hiciste suponer que ya no me querías más. Quién sabe
si un día de estos me caigo, y con esa caída tu recuerdo se pierde. Quién sabe,
como podría alguien saberlo, si un día yo voy caminando, con un globo y una
flor, para una novia o para un vagabundo y te encuentre de frente y me mires y
yo no. Y te acuerdes de aquella vez que nos tomamos de la mano y yo seguramente
ya no me acuerde ni siquiera de ti. Que harías si en ese momento te duele la
muñeca, el recuerdo de una promesa rota, Que tal si de pronto yo sigo calle
abajo y tú te quedas estupefacta ante el horror del olvido. Serías una historia
tristísima que seguramente ningún libro leería; serías apilada, tal vez entre
la frontera de Bruselas, de la Argentina de Cortázar. Y vas quedarte ahí
olvidada, empolvada, de vez en cuando servirás para detener una puerta averiada,
pero nada más. I love you my love but…
Pero claro que te acordaras, y te acordaras de que
vos me mentiste sobre aquel encuentro fortuito con alguno de tus amantes de
antaño. Te acordaras de los ochenta mundos, del día, del piano, de los
cronopios, de los famas, de los esperanzas. Te acordaras de la grandísima metáfora
que supone la lectura de La vuelta al día en ochenta mundos. Yo sé que lo harás,
porque desde ahora, cada vez que mire la hora, que suba las escaleras de mi
cuarto, que beba un poco de sangre de Creta. Sabré que eres una historia tristísima
que anda por ahí apilada, deteniendo una puerta averiada, entre Brúcelas y la Argentina de Cortázar. I love you my love but… el tiempo devalúa
los recuerdos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario