sábado, 15 de marzo de 2014

Sobre la anti-paradoja que supone la lectura de La vuelta al día en ochenta mundos

La vuelta al día en ochenta mundos es una grandísima metáfora de 193 páginas.  Que supone cosas tan absurdas como Con legítimo orgullo, La vuelta al piano de Thelonious Monk y otras tantas un poco más serias como Encuentros a deshoras. Es un libro que se lee en reversa, en el que todo empieza a girar en torno a un solo día, en torno a una sola persona. Un número uno, que como cuenta Lacan; se regocija de ser impar al igual que Dios. Y entonces de un cuento a otro aparecen recuerdos. Como la lectura contrapone las ideas, y uno no lee al libro, sino que el libro lo lee a uno. Evoca un  recuerdo simple, que te lleva a la lectura de El derecho al delirio de Eduardo Galeano. Entonces me hace pensar que los libros nos leen; que se aburren de nosotros y nos guardan en bibliotecas enormes, nos apilan como objetos, como si estuvieramos llenos de páginas y tinta. Pero no bastarían unas cuantas bibliotecas. Los libros empezarían por apilarnos en los bordes de las naciones; así se crearían enormes murallas humanas. Y si el televisor nos mira, y el periódico nos anuncia, y si el automóvil nos conduce, y si la comida nos come, y si las escaleras nos suben, y el mundo nos recorre, y el reloj nos da cuerda. Nos convertimos en objetos de objetos. Esclavos de todo lo que hemos creado. Es cierto que todo, cada uno de los ochenta mundos, me llevan a una continuidad casi insoportable, el encuentro a deshora que sin buscarlo; llega. Te encuentro encerrada entre cada párrafo, cada vocal y cada diptongo que propone la lectura de Rayuela. Y como el día es una gran metáfora envuelta por un sistema en reversa, que nos lleva a deducir que en cualquier momento caeremos entre el asfalto, a lo negro del piso, de un lugar que nos sume y nos anula, como un número negativo y uno positivo. Digamos que nos volvemos sombra de nuestra sombra. El anti-humano del que somos antecesores. Y en ese momento cuidado con pensar mucho en una persona, porque los recuerdos también se devalúan. Quién sabe si un día me levanto; suponiendo que puedo hacerlo, y ya se me allá olvidado esa promesa que rompiste, que vos te quitaste la pulserita, que vos me hiciste suponer que ya no me querías más. Quién sabe si un día de estos me caigo, y con esa caída tu recuerdo se pierde. Quién sabe, como podría alguien saberlo, si un día yo voy caminando, con un globo y una flor, para una novia o para un vagabundo y te encuentre de frente y me mires y yo no. Y te acuerdes de aquella vez que nos tomamos de la mano y yo seguramente ya no me acuerde ni siquiera de ti. Que harías si en ese momento te duele la muñeca, el recuerdo de una promesa rota, Que tal si de pronto yo sigo calle abajo y tú te quedas estupefacta ante el horror del olvido. Serías una historia tristísima que seguramente ningún libro leería; serías apilada, tal vez entre la frontera de Bruselas, de la Argentina de Cortázar. Y vas quedarte ahí olvidada, empolvada, de vez en cuando servirás para detener una puerta averiada, pero nada más. I love you my love but


Pero claro que te acordaras, y te acordaras de que vos me mentiste sobre aquel encuentro fortuito con alguno de tus amantes de antaño. Te acordaras de los ochenta mundos, del día, del piano, de los cronopios, de los famas, de los esperanzas. Te acordaras de la grandísima metáfora que supone la lectura de La vuelta al día en ochenta mundos. Yo sé que lo harás, porque desde ahora, cada vez que mire la hora, que suba las escaleras de mi cuarto, que beba un poco de sangre de Creta. Sabré que eres una historia tristísima que anda por ahí apilada, deteniendo una puerta averiada,  entre Brúcelas y la Argentina de Cortázar. I love you my love but… el tiempo devalúa los recuerdos. 

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