I
El beso es un acto. Una caricia húmeda, una muerte
suculenta, un misterio como los Cortázar y las Pizarnik. Es un paraíso para el
otro un infierno para el tercero. Un beso es y será por los siglos de los
siglos un arma de doble filo. Recuerdo tu boca, tus dientes, tu nariz que
chocaba contra mi rostro, tu olor a tabaco, a flor marchita.
II
Me regalaste un libro que aún no acabo, no acabo, ni
de entender ni de leer. Es una novela en donde no hay besos. La gente se muere
y hablan de la realidad, del tiempo, del jazz, del clima, de lo bueno que está
el mate. En la novela no hay besos, hay setecientas páginas y diez fotos de
calles de París.
III
La primera vez que nos besamos fue hace tiempo. Y te
veías tan bonita con los ojos cerrados y las manos juntitas en tu pecho, y el
cabello arreglado con una coleta. Un beso que desafío las leyes de la
patafísica. Porque yo estaba allí frente a ti y tú estabas frente a mí pero al
mismo tiempo estábamos por todos lados. Estabas en mis manos, en mis pies, en
el bolsillo de mi saco, en el nudo de mi corbata. Y yo también estaba.
IV
Rocé tu boca con mis manos, apenas y sentí la
humedad, las salivas que se estaban acabando de mezclar. Porque el beso es como
un tipo de mutación, porque el beso une el ADN, el cuerpo imaginario y deja a
los cuerpos aturdidos. Uno adentro del otro.
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