martes, 31 de diciembre de 2013

Gustave Levy Ichaj

I

Después de la Segunda Guerra Mundial la gente quedó aterrada. El miedo y la devastación se podían oler como a un perro muerto a varios metros. Después de las bombas atómicas, la postulación de la teoría del puente Einstein- Rosen, de La Orden Negra, de los experimentos con gemelos, del homicidio de varios pueblos y del Ocultismo y súper armas Nazis nació un nuevo –y déjenme decirles que muy menospreciado- oficio, si así se le puede llamar a una actividad desempeñada por un solo individuo en toda la faz de la tierra. Y sí; ese hombre soy yo: Gustave Levy Ichaj. Fui uno de los pocos judíos que lograron escapar de Alemania y librarse –durante años de clandestinidad- de las fauces infernales de la SS. Soy hijo único y probablemente último descendiente de mi familia, ya que probablemente ellos no fueron tan afortunados como yo. No dudo que mi madre haya luchado hasta con el último aliento, y mi padre…que decirles de él. Seguramente se unió a algún grupo de resistencia y tal vez término fusilado o muerto de hambre en los bosques.

A veces la gente me pregunta si no tengo temor de encontrarme con algún loco en la calle que aún sienta resentimiento por mi raza, siempre contesto lo mismo: “El miedo es como una gran enfermedad, y como tal solo se les presenta a los débiles de condición…” Supongo que Dios –si es que existe- debió darme una especie de don, porque haciendo un recuento no recuerdo haber sentido miedo alguno en los años que pase huyendo, viendo morir a mi gente y escondiéndome en las alcantarillas. Y es por eso que soy el único que puede desempeñar este oficio tan difícil que es el de cazar miedos…

Mi nombre es Gustave Levy Ichaj y soy un Cazador de miedos judío. Al escribir esto no llevo en mente ser recordado como la excepcional persona que logró escapar de la muerte, ni mucho menos como el inventor de este nuevo y tan peculiar oficio. Pretendo, y con mucha persistencia, elaborar una guía para que el siguiente hombre, de cualquier tiempo-espacio, de cualquier raza y edad que deseé curar a la humanidad de su gran enfermedad, tenga el suficiente entrenamiento para adentrarse, por mi opinión y experiencia, en el peor infierno de todos; El miedo.



II

Existen varios métodos para curar a una persona de su miedo -lo supongo- pero el único método que conozco y que me es totalmente eficiente; es el método por conexión mental. Esto supone que al miedoso se le recuesta en una mesa de metal la cual debe estar fría, se le vendan los ojos al individuo en cuestión. Ya recostado y en una oscuridad total, se lleva a cabo un trabajo de sugestión muy elaborado, que pueden ir desde grabaciones de gritos, hacerlo que sienta el filo de algún cuchillo, contarle una historia. A mí en lo especial eso de las cintas me era muy efectivo. Las grabaciones con las que trabajaba me las regalo un soldado americano al cual le quite el miedo de morir en servicio. Así que me recompenso con unas cintas encontradas en uno de los tantos campos de concentración Nazis, en donde se podían escuchar unos gritos feroces por parte de los torturadores, y después unas suplicas que eran capaces de erizarte la piel y sacarte los más profundos miedos con escucharlas unos cuantos minutos.

Ya que el hombre está temblando de miedo, uno coloca sus manos en la cabeza de su paciente y cierra los ojos. Poco a poco todo va a ir despacio, los ruidos se van a silenciar, y todo a tu alrededor –incluyendo tu cuerpo- de pronto va a detenerse. Y te verás dentro de la cabeza del miedoso. Ya estando ahí uno debe utilizar sus dotes de sobreviviente, porque la cabeza humana puede estar llena de cosas atroces y enfermas, pensamientos que a uno lo dejan anonadado. El cazador de miedos tiene que adentrar en el subconsciente de su paciente y encontrar la raíz del miedo, que puede ser un acontecimiento, una idea, una persona, un artefacto de la vida diaria. Ya identificado, se lo lleva uno en un bolso de cuero. El cazador de sombras debe de ser rápido ya que el congelamiento astral no dura mucho y uno puede quedarse ahí, entre los miedos de una persona. Y de ahí sí que no hay escape. Ya una vez afuera la bolsa de cuero tomara la forma de algún objeto que porte el miedoso. Una cartera, un reloj, un sostén, un zapato, una joya; que se yo cualquier cosa. El cazador de miedos distinguirá este objeto por la energía que solo él podrá sentir. Posteriormente el objeto se quema. Y el miedo desaparece…

Pero hay que tener cuidado, no todos los pacientes son iguales. El miedo de algunos viene de cosas insignificantes, pero hay otros que podrían matar al Cazador de Miedos con tan solo mirarlo dentro del inconsciente.

El día 17 de Octubre un hombre vino a visitarme por la tarde. Llevaba puesto un traje negro y un bastón de madera muy elegante. El hombre se quitó su sombrero al verme, aún lo recuerdo, para saludarme de manera muy respetuosa. Después de las presentaciones pertinentes el Sr. Cohen y yo entramos a mi tienda. Ahí le cubrí los ojos y lo recosté en la mesa, lo vi retorcerse con los gritos y llorar como un pequeño niño. Sin darme cuenta en tan solo unos segundos ya me encontraba en un desierto. El calor era agobiante, pero a pesar de eso camine y camine durante un largo tiempo, de pronto todo cambio al subir una gran duna. Al otro lado de ese montículo de arena había una ciudad totalmente arrasada. Los edificios se caían a pedazos, unas cuantas personas con las ropas rotas caminaban sin rumbo en la mirada y sin esperanza en los pies. Camine por las calles llenas de escombros y me detuve en una tienda de pianos a la que le faltaba el techo. Se escuchaba una linda melodía que salía del edifico. Entonces entre y vi a una mujer desnuda que tocaba el piano con una delicadeza sublime. Ella se detuvo al sentir mi presencia y fue cuando supe que miraba al miedo del Sr. Cohen. La mujer se levantó del banco y se abalanzo a mí con furia, gritando y despidiendo un olor a rosas me derribo. Yo luchaba en vano pues la fuerza de esa mujer que me sujetaba por el cuello tratando de matarme era más que con la que yo solía tratar.

Y de nuevo, no sé si fue Dios el que me lanzo una bomba desde el cielo del inconsciente del Sr. Cohen para poder librarme de aquella mujer y regresar corriendo a la salida que me devolvería al mundo exterior. Al regresar pude ver al hombre que se convulsionaba en mi mesa y quedaba sin vida al poco tiempo de mi regreso. Su mano fría dejo caer un collar con la foto de la misma mujer que trato de ahorcarme, y fue ahí cuando entendí que uno no puede curar el miedo a enamorarse. Ni en esta ni en ningún otra vida.

domingo, 29 de diciembre de 2013

El fantasma

− Es especial, pensé. Mientras agitaba mi café con una pequeña cuchara de metal, y observaba entrar a una mujer de cabello castaño, que vestía un vestido blanco con algunas flores bordadas a la altura del vientre. El ruido de la campanilla -colgada en la puerta de entrada- paradójicamente silencio el lugar de una manera majestuosa.

Dejé caer el sobre de azúcar sobre la mesa de aquella cafetería, vieja y sucia de la calle Cincuenta y uno al sentir la esencia devastadora de aquella mujer que pasaba frente a mí. Cada cabello que salía de su cráneo jugaba con el viento producido por las ventanas para dar como resultado una danza maravillosa de pequeñas fibras muertas que se enredaban caoticamente por los aires. Recuerdo escuchar el ruido de los pequeños cubos de azúcar que se expandían muy lentamente por toda la superficie de madera de la mesa, es extraño, lo sé, pero en ese momento podía escuchar hasta el ruido del carro que frenaba bruscamente seis cuadras adelante del café para no arrollar a una niña de vestido amarillo que trataba de cruzar la calle desesperada para buscar a su madre.

Entonces ella pidió un café americano, se sentó frente a mí, me sonrío como queriendo arrancarme el alma. En esos cinco minutos, me pareció haber envejecido rápidamente, me mire en el reflejo que me proporcionaba el oscuro de mi bebida y me pareció verme 50 años en el futuro. Mi cara arrugada, mi dedos temblando, mi mente frágil, mi vida que pasaba entre una taza de café y una sonrisa nuclear.

−Aquí termina todo, volví a pensar.

De pronto ella dijo algo, no recuerdo bien las palabras, ni los gestos que hizo; pero sí recuerdo el sonido, esas maravillosas ondas vibratorias que hicieron que mi piel se pusiera de punta. Entonces le di un trago al café, pusé la taza de nuevo sobre la mesa, al volverme a mirar en aquel reflejo me di cuenta que había vuelto a ser yo. El mismo joven adicto al tabaco, a la cafeína, al incesante intento de suicidio que algunos llamararían, con probabilidades de equivocarse: vida.  Un empleado de la cafetería se acercó, le entrego un pastelillo de moras del que aún emanaba el vapor por lo caliente que estaba. Bajé la mirada para acomodarme el cabello por un lado, cuando regrese mi vista, ella estaba mirándome, con su taza de café cubriendo su boca rosada. Una mirada extraña, pareciera como si otra persona dentro de ella me mirara también. Ahí fue cuando hice a un lado el amargo placer que me producía mi bebida y me dirigí a ella sin apartar ni un segundo mi vista de la suya, que temblaba con cada paso que yo daba.

− ¿Estás sola?, pregunte con una mano sosteniendo mi cabellera y la otra acariciando el respaldo de una silla vacía.

−Eso creo, respondió irónicamente. Y dio un vistazo a su alrededor para hacerme sentir aún más estúpido con mi IQ de un niño de cuatro años.

Me senté sin hacer otra pregunta, ella mi miró sin ninguna respuesta. Pasaron los minutos,  las horas tal vez, no lo sé a ciencia cierta, pero el tiempo pasó y muy probablemente acabamos por terminarnoslo con esas miradas que nos propinábamos el uno al otro.  Sin indulgencia, ni caridad, ni amnistía internacional,sin destellos de bandera blanca, sin temor alguno; a la demencia o a la lucidez. Parecía una batalla a muerte. Decidí detenerme; consciente de que eso podría costarme la vida.

−Tus ojos…murmuré.

−Heterocromía, dijo ella.

No pude contestar, las palabras simplemente se habían ido. Me era imposible apartar mi concentración de aquellos ojos. Uno azul y el otro marrón. El ying y el yang conviviendo en perfecta armonía dentro de los ojos de esta muchacha. Hasta me parecía ver a los Dioscuros naciendo de sus huevos de cisne, me parecía verlos luchar esas mitologicas batallas, me parecía verlos danzar y luego volverse a disolver en el infinito mar de estrellas de aquellas pupilas. Y entonces se fue, sin decir  palabra, murmullo o insulto. Simplemente se fué, desapareció tras la puerta verde de la cafetería. Mi memoria es mala, a veces solo acudo a la misma cafetería, a la misma hora, para sentarme en la misma mesa de siempre y mirar así como un loco. Mirar el viento, mirar el humo de los cigarrillos, del vapor de café. Sentarme y envejecer junto a una taza de café caliente. Mirar, para tratar de encontrar una señal, un olor, una vista. Miro para buscar, como en esos programas nocturnos, al fantasma de aquellos ojos tan extraños.


domingo, 24 de noviembre de 2013

El Reino de los Cielos

Vicente esta sentado en una estación de autobuses, con una maleta desgastada a un costado suyo. Tiene los ojos cerrados, el sudor corre por su cara, con frecuencia llega a sus labios y él lo saborea con disgusto. El sol se mantiene impetuoso a lo alto, el calor golpea con fuerza los cuerpos morenos de todas las personas que se encuentran en aquella estación, hace tanro calor como en cualquier otra ciudad del Caribe. Del cuello chamuscado por el calor a Vicente le cuelga un rosario de una madera casi podrida, sobre la cruz un Jesucristo muy borroso se alcanza a ver, aunque la figura en general no esta en el mejor estado; los gestos de agonía están perfectamente marcados en el rostro de aquel hombre santo. Vicente se pone a rezar un padre nuestro a murmullos mientras de fondo una voz cortante anuncia: "Pasajeros con destino a Santo Domingo abordar por la puerta doce..."

Vicente abre los ojos, poco a poco su vista se reincorpora, observa todo lo que por algunos minutos se perdió. Todo parece ocurrir en cámara lenta, las personas, los autobuses, los niños con sus madres, las familias despidiendo a sus familiares, todo, absolutamente todo parecía ocurrir de manera significativamente lenta. Toma la maleta del suelo, camina en línea recta por algunos minutos. Se detiene de golpe frente a un autobús de color rojo y plata, le entrega su maleta a una mujer de ojos verdes, que al igual que él lleva la camisa mojada por el calor. Vicente sube, se sienta en el primer asiento que ve vacío. Después de un tiempo el bus arranca en silencio, más tarde deja la ciudad y las casas son remplazadas por grandes paisajes tropicales. De pronto el sueño de Vicente se ve deslumbrado por un gran rayo de sol que atraviesa el vidrio sin dificultades como una bala disparada al cuerpo desnudo de una mujer, o como la mirada fulminante de un creador que trata de llamar la atención.  Por esto se ve obligado a abrir los ojos para encontrarse con un rayo amarillento que se volvía líquido, escurriendose por su cuerpo, para finalmente, llenarle la cara de un dorado ardiente. Los ojos de Vicente quedan atónitos ante la presencia de un cielo despejado y azulado,observa nubes tan blancas y tangibles que parecíeran estar a pocos metros de su cabeza. 

Más y más nubes pasaban entre las pupilas de Vicente; pero conforme pasa el tiempo estas se vuelven más grandes; parecen asemejarse ha explosiones enormes, como las que a diario se ven en las noticias en los países de Oriente.  Por un momento se imagina que el paraíso se encuentra en guerra; entonces se pregunta: ¿Y si las nubes fueran el rastro de las grandes hecatombes que estallan en el cielo a causa de la guerra? Vicente ve pasar por su cabeza las crueles imágenes de ángeles pulverizados, de vírgenes ensangrentadas y palacios en llamas. Para volverse a preguntar: ¿Y si el cielo se ha vuelto loco? ¿Y si el Dios que él conocía se ha vuelto un tirano? ¿Y si el infierno esta en el cielo? Que pasa si el cielo esta en guerra,  si los ángeles son soldados y los hombres santos se han vuelto políticos cobardes, y que psaría si el divino espíritu santo se ha vuelto un sistema capitalista lleno de desperfectos e injusticias sociales, y si la palabra de Dios es la culpable de todo ¿Que pasaría? ¿Pero si el cielo esta en guerra a dónde van las almas que suplican entrar al Reino de los Cielos?. Y si la lluvia es la inmortalidad que se escapa a chorros del paraíso. Y qué pasa si las calles se inundan de la sangre derramada por ángeles y almas que luchan por la libertad. Que pasa si los truenos son el fatídico destello de miles de armas nucleares que explotan al unisono en el cielo arrasando con poblaciones enteras. Entonces si el paraíso esta en llamas ¿en que se transforma el infierno?; ¿en un parque de diversiones para los turistas americanos? Y que pasaría si el Reino de los Cielos cae sobre nosotros y todo ese odio celestial nos infecta la mente y comenzamos a matarnos los unos a otros en la tierra como en el cielo, y qué pasaría si el paraíso se vuelve tan insoportable que los muertos comienzan a regresar de la muerte para escapar de la crueldad de un lugar que seguramente fue hermos, pero ya no. Entonces, Vicente toma entre sus manos el rosario que colgaba de su cuello, preocupado por la situación de la guerra, y agobiado por las posibilidades casi nulas de paz, baja la cabeza y cierra los ojos. Piensa si con esto de la guerra celestial los gobiernos del mundo comenzarán por matar a los hombres jovenes para hacerse de una vez por todas, con el cielo y la inmortalidad tan añorada...

lunes, 18 de noviembre de 2013

Las ruletas

Es insoportable ver como el mundo tiende a los círculos. Yo lo digo, es muy molesto ir caminando en un día lluvioso y mirar que todo a tu alrededor está compuesto de diminutos y grandes círculos. El neumático de la bicicleta, el balón con el que juegan unos niños al otro lado de la calle en un parque polviento que por la lluvia se ha vuelto lodoso, las esferas del árbol de navidad que ves al pasar por una casa que mantiene una ventana abierta, las manzanas que están en la mesa de esa casa, caminas por cuadras y cuadras y te asombra la variedad de círculos que puedes encontrar en una larga pero simple caminata.

Te detienes por un momento para recobrar el aire y descansar los pies, recargas tu codo en una pared azul que se encuentra cerca de ti, te ensucias el saco negro del elegante traje que portas pero no te importa más, de hecho ya nada te importa, sostienes el paraguas con debilidad hasta que algo dentro de ti te obliga a tirarlo y lo ves volar en círculos a causa del viento que se produce en ese instante. Cierras los ojos y respiras profundamente antes de soltarte de la pared y seguir tu camino.  Metes tus manos a los bolsillos de tu pantalón negro y caminas. Llevas la frente abajo, la lluvia cae por toda tu espalda, por tu cabello y de ahí se escurre hasta empapar tu cara. Vuelves a pensar y los círculos vuelven a tu mente. Se vuelve insoportable pensar en ellos, de vez en cuando haces una cara de disgusto y murmullas tonterías, la gente que pasa a tu alrededor te mira de manera extraña. De pronto golpeas a una mujer con el hombro, alzas la vista, te das cuenta que lleva puestos unos aretes circulares, sacudes la cabeza, vuelves a mirarla, sus miradas chocan, la ves profundamente y te das cuenta que un circulo negro que  esta clavado en un círculo azul que a su vez esta clavado en un círculo blanco conforma sus ojos. Ignoras esto y bajas la vista, omites la sonrisa de la mujer y sigues caminando.

¿Cómo es posible que el todo este compuesto por círculos?, y te pones a repasar: Cuando eras niño la rueda de la fortuna, aquella vez que fuiste a las vegas la ruleta de blanco y negro, de adolescente el aro del condón, de adulto el volante de tu automóvil que durante años has tomado con hastió y golpeado con desesperación. Toda tu vida se resume en formas esféricas  aquella vez en la clase de literatura moderna en la que el profesor te mostró el Ouroboro usado por Nietzsche para representar el eterno retorno, la idea del eterno retorno en sí, el ciclo de la vida, el ciclo del agua, el ciclo de negocios, todo esto te vuelve loco. Te detienes con la luz roja del paradero de automóviles, los observas pasar, van tan rápido que apenas y puedes percibir el olor a gasolina combustionada. La luz está en verde, deja de llover, pero ya te encuentras empapado, cruzas la calle, caminas dos cuadras más, doblas a la derecha, después a la izquierda, derecha de nuevo y te encuentras parado frente a la puerta de un edificio muy viejo. Sacas unas llaves de tu bolsillo izquierdo, metes la llave en la cerradura y das vueltas en círculos hacia la derecha, el seguro sede, abres la puerta, pasas, la cierras a tus espaldas, te diriges al elevador, subes, presionas el número cuatro y las puertas se cierran.

Entras al departamento número treinta y dos. Te quitas el saco mojado y lo cuelgas en el respaldo de una silla, tomas la cajetilla de cigarros que ya te esperaba con ansias en la mesa del comedor. Entras a una habitación muy arreglada, de un cajón sacas un revolver y lo cargas con una sola bala, con la pistola en una mano y el cigarrillo en la otra te sientas en el piso recargando tu espalda en una parte de la cama, le das un golpe al cigarro, y el humo que emana de tu boca lo hace en pequeños aros que se burlan de ti, pero guardas la calma, dejas el revolver en el piso para aflojarte el nudo de la corbata, vuelves a fumar. Recargas la cabeza en el borde de la cama y ves como los círculos de humo se desvanecen en tu habitación, es el colmo que algo que te cause tanto placer ahora te fastidie tanto, pero te das cuenta de algo, aunque piensas que ya no vale la pena pensarlo, apagas en cigarrillo en la alfombra de la habitación y llevas el revolver a tu sien. Escuchas como la ruleta rusa comienza, cierras los ojos, aprietas los dientes, pero el disparo no llega, solo un gran silencio y tu latidos aturdidos retumban por todo el cuarto. Te detienes un momento, quieres reflexionar:

Piensas en la forma redonda del átomo, piensas en el modelo de Bohr, y te das cuenta que alrededor del átomo giran electrones de manera circular. Te imaginas como el átomo crea la vida. Piensas en la tierra, piensas en que esta es redonda como una gran esfera llena de oxigeno, piensas en como la tierra gira sobre su propio eje. Imaginas el sistema solar, por lo tanto piensas en miles de átomos, y en varios planetas que giran en su propio eje formando círculos invisibles, y piensas en que ellos a su vez giran alrededor del sol, y piensas que tal vez todos los sistemas solares del universo giran en torno de una materia infinitamente misteriosa. Piensas que tal vez esa materia misteriosa es Dios. Y te lo imaginas sentado, fumando un cigarrillo, apuntándose con un revolver en la cabeza. Imaginas que el arma de Dios en una galaxia, que va a disparase un mundo, e imaginas que está jugando con nosotros, pues si los mundos son las balas ¿Qué somos nosotros? ¿La pólvora que se consume con el fuego? Piensas que tal vez Dios también está harto de ser y no ser. Piensas en que tú y Dios juegan en este preciso momento a las ruletas, los dos están jalando el gatillo al mismo tiempo, ambos aprietan los dientes, cierran los ojos y fruncen las cejas. Ambos juegan con el otro, con la existencia de sus miserables vidas. Las ruletas giran y giran. 

Entonces mientras acabas de reflexionar la bala atraviesa tu sien haciendo pequeños círculos. Mientras te mueres sonríes porque piensas que tal vez Dios también se ha disparado y todos los átomos, mundos y sistemas solares del universo han estallado en su cabeza. Estas tirado en el piso, pero tu pensamiento aun no muere, y piensas que Dios está tirado en una habitación parecida a esta, con la sangre saliendo de su nuca, con la misma sonrisa que tienes porque las ruletas nunca fueron un juego fácil, porque nunca antes habías ganado. Y entonces sonríes…  

sábado, 12 de octubre de 2013

De las cosas inservibles

En el mundo existen muchas cosas inservibles, como el apéndice, la ropa a la hora de dormir, el ateísmo, las reglas de acentuación y el existencialismo religioso. Pero para José existía algo más inservible que todas estas cosas juntas: las palomillas. Y si uno se pone a pensar de manera clara; es cierto. José pasaba las tardes mirando la pared del jardín, fumando y pensando cúal podría ser una buena utilidad para estos insectos, en alguna ocasión intento quemarlas, después les soplo encima el humo de su tabaco, pero no pasaba nada. Las observaba por semanas y meses, y las mismas palomillas permanecían en el mismo ladrillo de la misma pared de la misma casa de la misma desesperación de José del mismo cielo lluvioso. Cierto día, después de que José completara su rutina diaria: Levantarse, escribir un poema, morirse, fumar un cigarrillo y mirar a las palomillas, por la noche decidió recostarse. Cerró los ojos, comenzó a imaginar una vida sin palomillas… La noche también cerró los ojos, y como si el tiempo fuera el vicio de la oscuridad, las horas  fueron consumiendo la noche hasta dejarla casi esqueletica, una noche desabrida, desnutrida. Ya cuando el sol se levantaba, una de esas criaturas inservibles como por un milagro alzo el vuelo, voló en círculos, en línea recta, en picada y de pronto entro a la garganta de José. Ambos murieron.

Lo que José no sabía es que las palomillas también se detenían a mirarlo durante la tarde, ellas también se preguntaban: ¿Qué utilidad tendrá esa criatura?, al fin, es como el álgebra en el que los números iguales con distinto signo se cancelan, no es ninguna singularidad. Dos cosas inservibles, supongo, no lo sé; se cancelan. 

sábado, 28 de septiembre de 2013

¿A dónde van las miradas cuando se pierden?

Hay que estar juntos. ¿A dónde se van las miradas cuando se pierden? Al páramo de tu rostro. Hay que estar juntos, para mirarnos en el espejo del baño ya muy viejos y poder sonreír entre arrugas. Para que las noches ya no sean tan frías, para que el café no sea tan dulce, para que el sol no queme tanto. Vamos a estar juntos. Aunque haya perdido muchas miradas en otros cuerpos frescos e insólitos aún tengo miradas para ti, para perderlas entre los tirantes de tu blusa, entre el horizonte que dibuja el borde de tu pantalón, entre el sol de tu abdomen. Aun tengo unas cuantas miradas que guarde en caso de emergencias. Hay que estar juntos siempre y nunca, para que podamos decirnos te amo, y si llega el momento odiarnos sin más remedio que la resignación. Hay que estar juntos durante un suspiro, hay que separarnos durante un suicidio, o dos, o tres. ¿A donde van las miradas cuando se pierden? Debe ser lindo ese lugar en el que las miradas perdidas se encuentran. Así nace el amor, cuando uno anda perdido: encuentra. Así nacimos nosotros; de dos miradas perdidas...

miércoles, 25 de septiembre de 2013

Acabe de leerte en tres días

Recorrí con la mirada cada letra que se dibujaba en tu vientre. Me sé tu historia de pies a cabeza. Leí tus besos, tus abrazos y caricias. Entendí tus olvidos. Resumí tus sonrisas. Con los dedos húmedos cambie cada pagina de tus ojos. Me se de memoria los capítulos de tu silueta, los acentos de tu esencia de azucenas. Pude descifrar entre lineas el bello poema de tu voz. Al final de cada pequeña historia un pequeño suspiro se me escapaba, eras tú ese suspiro. Yo también lloré -como muchos otros lectores- con el final que anunciaba tu ausencia. Extraño tus párrafos, tus diptongos, tus comas, tus mayúsculas, tus palabras graves. Acabe de leerte en tres días. Tú recuerdo es la mejor historia jamás narrada. Eres mi libro favorito.