viernes, 2 de enero de 2015

La mirada

La miraba. Con cada parpadeo su silueta se disolvía dentro de mi pupila. Con cada segundo que pasaba contemplándola, su cuerpo se alejaba del insensato concepto de materia para irse acercando al paradisiaco, y excitante, instante de desvanecimiento. Se volvía sombra, espectro, fantasma, el objeto del objeto. La miraba desde la contra esquina de la calle Orizaba. La contemplaba como se contempla un Picasso... con curiosidad por descubrir sus formas. La miraba profundamente, hasta las entrañas, buscando reconocer sus concavidades y geometrías, como, por ejemplo: los tres lunares a un costado de su ceja izquierda. 

Cuando cerraba mis ojos, su imagen se desvanecía como una figurilla de arena. Me sumergía momentáneamente en la oscuridad de la visión, ahí, trataba de reconstruirla con el pensamiento. Imaginaba sus suaves parpados, sus ojos felinos, su sonrisa, sus labios rojos y sus dientes blancos. Imaginaba su paladar y su lengua, con esfuerzo trataba de recordar el color de su cabello. Imaginaba desde el hipotálamo hasta el cerebelo, desde el infinito hasta la nada. La unidad que se convertía en el todo. Pienso con regularidad que las mujeres son espejos reflectores del espíritu. Uno se dedica a mirarlas como esperando algo de vuelta, a veces solo llega una bofetada, pero de vez en cuando podemos encontrarnos a nosotros mismos. Podemos vernos postrados, heridos, cobardes. Irreconocibles. Hay que cuidarse de mirarlas por periodos prologados, ya que en el mejor de los casos nos llega solo la desilusión, pero en el peor, nos llega el amor...

Al abrir nuevamente los ojos ella seguía allí parada. Estaba ajustándose la coleta. Creo que estaba sonriendo... sí, eso creo. También recuerdo que se retoco los labios con un lápiz labial. El río de automóviles seguía fluyendo, era lo único que nos separaba. Un violento y letal torrente metálico. Había salido de la biblioteca cuando la encontré, y para entonces llevaba demasiadas cosas en la cabeza, pero fue al mirarla que recordé el fragmento de un texto que acaba de leer: “Viajo para conocer mi geografía, escribió un loco, a principios del siglo, en los muros de un manicomio francés”.  Está mujer era un viaje, pensé, cuando de pronto se puso a caminar, paso justo frente a mí. La luz del semáforo ya estaba en rojo, no había más autos atravesando la calle. Recuerdo que agacho la mirada, como sí quisiera estar al tanto de sus pasos. Llevaba un par de libros abrazados a su pecho. Me dispuse a seguirla, encendí un cigarrillo, le di el primer golpe y me coloqué a unos cuantos metros de distancia de tras de ella. “Viajo para conocer mi geografía”, volví a pensar. Las mujeres son un viaje de ida, pero jamás de regreso, me dije. Específicamente esta mujer me daba la sensación de estar viajando a través de un desierto. Súbitamente fui víctima del cansancio. El espejismo de sentirme cerca de su espalda, y justo cuando trataba de sujetarla por el brazo para detenerla tropezaba de golpe con la banqueta. Pero es cierto, que hasta en el desierto más solitario, hay algún sitio en el que una flor florece. Así que valía la pena seguirla hasta el fin del mundo o hasta las vías del tren, con tal de presenciar el milagro de la vida, dónde solo existe la muerte.

Aquí no existía nada platónico, me dije. Es solo curiosidad. ¿Cómo podría ser esto algo platónico?, sí esta mujer solo lleva treinta minutos en mi vida, me dije. Luego recordé mis propias palabras: “Hay que cuidarse de mirarlas por periodos prologados, ya que en el mejor de los casos nos llega solo la desilusión, pero en el peor, nos llega el amor...”. Aquí no existe nada platónico, me lo volví a reafirmar. Aquí no existe nada platónic... aquí no existe nada platóni... aquí no existe nada platón... aquí no existe nada plató... aquí no existe nada pla... aquí no existe nada pl... aquí no existe nada p... aquí no existe nada. ¡AQUÍ NO EXISTE NADA! 

Ella seguía avanzando, ocasionalmente se detenía cuando se encontraba con una boutique. Se detenía para ver la ropa de los exhibidores. Se quedó quince minutos observando un vestido de novia, luego cerró los ojos, sacudió la cabeza, y toda su cabellera amarilla voló por los aires envolviendo su rostro. Cuando volvió a reanudar su camino, sentí que ahora éramos uno. Ya lo había dicho antes, las mujeres son un espejo reflector. Uno las mira y acaba mirándose, creo que eso es lo que las vuelve tan atractivas. No son las curvas, ni la fragancia Chanel. No son los escotes o las mini faldas. Es su luz, que nos ilumina la que nos hace caer rendidos. Entre todos estos pensamientos, ella siguió caminando, hasta que de pronto se detuvo frente a la puerta de un edificio. Volteo hacia los lados y su mirada se incrusto en mí, sonrió, abrió la puerta con un leve empujón y desapareció. Durante los siguientes dos minutos no pude hacer nada más que quedarme inmóvil a unos pasos del portón en el que había desaparecido. Pensé que sería una imprudencia entrar y seguirla hasta la puerta de su departamento, mirarla de frente. De todos modos, esto no era nada parecido al amor, era mera curiosidad. ¿Curiosidad de qué?, me pregunte. Finalmente me decidí, entre. Pude seguir su rastro, que extrañamente me llevo a la azotea del edificio. 

Al atravesar la puerta, que me llevaría de nuevo al exterior, el atardecer se presentó frente a mis ojos. Delante de la segadora luz, pude distinguir la silueta de la mujer. Estaba parada justo en el borde. Parecía que estaba jugando, lo juro... Los libros que llevaba abrazados estaban a un lado mío, tirados en el suelo. Conforme me iba adentrando su silueta iba tomando forma, color y profundidad. El cabello que se le escurría por los hombros y la espalda. Sus delgadas piernas que salían por debajo del vestido. Tenía los ojos cerrados. Sí, eso supuse. Toda decisión difícil se hace a ciegas, ya que existe la posibilidad de fallar, y de ser así, siempre podremos decir: “No lo vi venir”. Volví la vista hacia los libros que estaban regados por el piso. Tomé entre mis manos el primero de la pila, “Suicidios ejemplares”. Comencé a hojearlo, y de pronto, en una de las páginas, la mujer había subrayado una frase: “…la vida es inalcanzable en la vida, la vida está muy por debajo de sí misma y la única plenitud posible es la plenitud suicida”.  Cuando regresé la mirada hacia ella, ya se había dado la vuelta, tenía los ojos cerrados. ¡Lo sabía!, pensé. Extendió sus brazos, dio un gran suspiro y se dejó caer sin más.

La verdad no me sorprendió. Su muerte ya la había sospechado, y se me anuncio en cuanto leí esa frase que tenía marcada en el libro que cogí del piso. Caminé hasta el borde del edificio, miré hacia abajo, allí estaba ella... otra vez su cuerpo se me presentaba como una lejana silueta. No te enamoras de los grandes senos o las nalgas redondas, te enamoras de la posibilidad. La posibilidad de alcanzar la luz. No te enamoras de la ropa que viste, de su estatura o del tamaño de las mejillas, te enamoras de la posibilidad de viajar entre los parajes de su cuerpo, la posibilidad de perderte en su silueta... su cabello... sus ojos. La posibilidad de emprender un viaje sin retorno. Te enamoras de la posibilidad de poder ir a la cama entre risas y gemidos, de fumar un cigarrillo sin pensar en el alquitrán y el cáncer de pulmón. No te enamoras de los ojos azules... te enamoras de la posibilidad… la posibilidad de mirarla durante un periodo prolongado y no enamorarte, jurar que no estás enamorado, decirte: ¡Aquí no hay nada platónico!, para finalmente, caer enamorado. 

Salí del edificio, la gente se acercaba al cuerpo de la mujer para observarla. Muy a lo lejos, se alcanzaba a escuchar el leve murmullo de una ambulancia. Había salido de la biblioteca cuando la encontré y comencé a mirarla. Tenía muchas cosas en la cabeza. Mientras me alejaba de la sangrienta escena, volví a recordar un fragmento: “Rosa Schwarzer comprende enseguida que se trata de volver a suicidarse, en este caso de practicar el gesto al revés, un suicidio que la haga caer, no del lado de la belleza sino del lado opuesto, del lado de la vida.”




domingo, 14 de septiembre de 2014

La transición de los poetas

*Poema Visión de la locura



Hay locos de Manicomio,
        locos de Edificio,
                    de Calle,
                      de Estupidez.

Hay locos cuerdos,
        locos de pacotilla,
        locos de atar,
        locos de corbata,
Hay locos de escritorio
                   de pluma y de papel
                     de poesía,
                       de “¡sí señor suboficial!”

En este mundo hay locos en cada esquina
                                           en cada restaurante y
                                                 oficina.

Estás loco si sonríes al oler una flor
           estás loco si caminas en reversa.
Se está loco a las doce de la madrugada,
            se está ebrio y tumbado también.
La yuxtaposición del objeto de estudio:
                             es uno mismo.
                                  Sonríe.
                   Prozac. Paxil. Celexa. Luxov. Zoloft.
Pastillas que no te dejan dormir,
                    pegar la pestaña.
Hay locos de ensueño, los he visto.

Hay locos de mierda,
locos sin sentido,
locos de origami.
Hay locos de escaparate,
de burro y escudo,
de molinos gigantes
de vida y de muerte,
de destino y de azar.

El mundo está lleno de locos,
de fantasías, ¿hasta qué punto se puede comprobar la realidad?
La irrealidad pasa a ser la extensión de la insatisfacción de la existencia,
el reino de Oz,
el País de las Maravillas.
Hay locos de mierda
         locos poetas,
          locos premio Nobel
                    locos sonrisas inconclusas.
           
Nos transportamos del Siglo de las Luces
                     al retrograda ocaso de la conciencia .

En Indonesia había un hombre que no tenía sueños,
Se suicidó al medio día y por fin pudo soñar.

Existen las personas que ven el futuro en las manos,
en el café, en el iris, en una bola de cristal, en la baraja del tarot,
con los ojos cerrados, con arrugas en la frente, con micrófonos en tu casa, con poder divino.
Locos de Mierda.

¿Hasta donde el milagro se junta con la ilusión o hasta qué punto la visión divina se convierte en esquizofrenia?
¿La poesía se mide en suspiros?
    Los poetas se cuentan en suicidios.
   
Hay locos de amor
        locos de soledad
        locos nada más.

Hay, y yo los he visto,
             Locos voladores no identificados.

¿Hasta qué punto el psiquiatra sigue siendo el sanador?
¿Hasta qué punto el loco sigue siendo el paciente, objeto de estudio?

Y lo que es más importante ¿hasta qué punto el loco pasa de ser ese objeto de estudio a ser el objeto analizador y catalizador de una sociedad que ante sus ojos no es más que una colmena de locos de mierda encerrados en la Histeria de las Masas?

                   En este mundo hay locos de mierda y algo más… ¿?




Posiblemente.

La posibilidad del objeto.

Pequeño inconveniente

*Poema visión de lo inesperado




Nunca se está preparado 
para el fulminante disparo de la casualidad,
para la belleza de la eventualidad.
Lo que quiero decir es que:
¡nunca se está preparado para el amor!
Para el beso o el abrazo reconstruido,
porque el amor 
es solamente un intento.
es solamente eso.
Un intento de reconstruir el pasado.
La continuidad de las relaciones antecesoras.
Solo se ama a una mujer, 
 las siguientes,
únicamente son una extensión aural y corporal.
Digamos así: el beso que le diste a Mariana
continua en la saliva de Luz y se expande en el
   pequeño mordisco de Ana Lucia.
El abrazo que le diste a Silvana se prolonga
hasta la espalda de Roció y la
respiración entre cortada de Carlota.
Y esa mirada, que bien puede ser llamada:
“Amor a primera vista”
sigue y sigue más allá de todos los objetos,
de todas las líneas horizontales y perpendiculares que dibujan los cuerpos.
 Se dice, con gran acierto, que esa mirada se esparce,
  y
por eso es que María, Daniela e Isabel 
han sido tus amores a primera vista.

El amor es un pasadizo.
Un tobogán interminable de emociones.
Un ciclo que se repite, es la danza interminable.
Los gestos que habitan el amor son todos iguales.
No varían, se vuelven monótonos
se muestran repetitivos.
Es así:
Se llevan flores, se va al cinema, se conocen a los padres
de la víctima o del victimario. Se hace el amor,
se besa, se abraza.
Te quiero. Te amo. Me encantas. Te extraño. Perdón. No puedo vivir sin ti. Adiós. Muerte. Fin.
El amor es un acto de repetición,
repetición al infinito hasta el aburrimiento,
y nadie nos prepara.
Uno nunca está preparado
para el comienzo y mucho menos para el final.
La aparición se presenta sin buscarla.
La desaparición llega sin esperarla.
Cuando el amor se acaba, 
y créanme que se acaba, 
todo parece estar jodido. 
Pareciera que uno quiere reventar. 
Explotar. Estallar. Implosionar. Llorar. Caer. Suicidio. Muerte.
Todo es confuso, 
por ser educado, 
 y no decir que todo está vuelto una mierda. 
Cuando el amor se acaba, 
y créanme que se acaba,
Uno trata de hablarlo o al menos lo intenta,
pero al escuchar el insistente adiós...
 Uno termina por romperse. Se fragmenta.
       Se hace pedacitos.
              Truena el corazón,
              truenan las clavículas
              los ojos se rompen
              se divide el alma
                            se parten los labios
                             la piel
                             los dedos
                             las uñas
                             la mugre debajo de las uñas
                             Se desintegra cada átomo de nuestro cuerpo
               y se desintegran por los siglos de los siglos.
                      Ya al final
                           se fragmenta el individuo.
se nos olvida nuestro nombre, cada letra se desaparece.
                   y terminamos dudando hasta de nuestras propias creencias.
          Sin duda uno no está preparado, y
                           nunca lo estará.

El amor es una cosa espontanea.
                   Enamóranos, nos lleva un par de segundos
                               y 
                        es inevitable.
                   El amor pide todo.
Pide boca, pide palabra, pide pan, pide vino.
                El amor pide y pide
           y   uno nunca está preparado para
                       dar y dar,
   para consumirse en el reflejo que te
             proporciona el otro.
El espejismo del amor, en el oasis del cuerpo.


Nunca se ésta preparado
para salir a media noche 
y enfrentarte a la incesante lluvia que te moja
hasta las entrañas.
No se está preparado
para llevar una flor entre las manos,
metáfora hermosísima de la última voluntad.
No se está preparado
para la palabra que atraviesa tu garganta.
Nunca se ésta preparado para salir corriendo
hasta casa de Melina,
tocar la puerta, verla salir al otro lado del umbral
tan lejos de ti, tan lejos de tu cuerpo, ese que alguna vez tocó
e incendio más de una vez con sus incesantes caricias.
El paraíso en llamas.
No se ésta preparado para verla alborotada, 
con la cabellera desordenada, 
danza frenética del sueño interrumpido.
Sus ojos entreabiertos, su gesto de cansancio y hartazgo. 
No se ésta preparado para obsequiarle la flor,
decirle te quiero y sentir una
pedrada de regreso.
Nunca se ésta preparado para el incesante ¡NO!
que sale de golpe de los labios de Melina,
un incesante ¡No!
tan incesante como la lluvia,
tan incesante como el adiós,
tan incesante como el inevitable llanto,
tan incesante como las noches de insomnio. 
Uno nunca ésta preparado para
marcharse de casa de Melina,
Mojado. Jodido. Confundido. Muerte. Fin.
Confusión que viene del no saber si la humedad de tu cuerpo se debe
a la lluvia del cielo o a la lluvia de tus ojos.
Nunca lo vas a saber.

Nunca estas preparado para mirarla de lejos
acariciándose la cabellera con la mano derecha,
haciendo círculos con su dedo que se enrolla es un mechón de cabello.
Nunca estas preparado para verla sonreír por cualquier tontería.
No se ésta preparado para verla caminar orgullosa por los pasillos de la Universidad,
definitivamente, 
nunca se ésta preparado para ver su mano entrelazada en otra mano
que no es la tuya, que no será la tuya.
No se ésta preparado para verla con un pendejo, 
uno de esos chicos que no saben de qué hablar
más que del partido de anoche.
No estás preparado para ver como la desperdician
en habitaciones de moteles baratos, en besos desechables.
No éstas preparado y nunca lo estarás.
No estás preparado para el cigarrillo que te mata,
para el alcohol que te enferma,
para la bala que te atraviesa,
para los llantos y los sepelios.
No éstas preparado para empezar de cero; que mentira tan grande es esa,
como si se pudiera decir, gritar a los cuatro vientos:
¡Venga el abrazo! 
¡Venga el beso! 
¡Venga la casualidad de enamorarnos!
Pero en un intento por empezar de cero
  regresas al último lugar en dónde estuvieron juntos. 
       para tratar de recordar... de “sanar”. 
Para tratar de recolectar tus pedazos,
             Te buscas, para tratar, estúpidamente,
reconstruirte.
Y una vez que te encuentras y estás todo unido con cinta adhesiva
    te das cuenta que nadie nunca te prepara
  para volverla a ver.
                          Sentada. Solitaria. Calmada. Muerte. Fin.
           Y como sabes que nunca estarás preparado…
               tus fragmentos se fragmentan, reduciéndote a la nada.
                     Te conviertes en un estúpido e incesante intento de empezar de cero.

Uno nunca ésta preparado para sostener el revolver en la quijada o
la navaja en la muñeca.
Es una estupidez… ni mencionarlo siquiera.
Uno no ésta preparado para el amor, mucho menos para la para la muerte platónica;
lo digo así
porque al igual que existe el amor platónico
            hay la muerte platónica.
                   “Morir de amor”
                                    sería lo platónico en la muerte,
pero es cierto, comprobable hasta cierto punto,
      que nadie muere de amor,  
             y que triste
                    porque se puede morir
de decepción
de vació
de soledad
de guerra
de bala
de cuchilladas
de violación
de desaparición forzada
de deuda
de vergüenza
de hambre
de ganas
de feminicidio
de homicidio culposo
de risa
de envidia
de rabia
se puede morir incluso
de aburrimiento,
pero jamás de amor.
Simplemente no se puede,
 me es inconcebible pensar en
mirar el obituario y leer:
“José Martínez, muerto en accidente automovilístico.
Manuel Acuña, falleció por los besos que no dio”
No...
no lo puedo ni imaginar.
Nadie muere de amor.


El amor nos reduce a esto:
a una larga lista de no-preparaciones,
de incertidumbre y nostalgias de procesión.
Una lista interminable de defectos. 
Fallas. Errores. Excusas. Muerte. Fin.
El amor es 
              una guarida de conejo
                            por la que caes y caes sin
                                     estar preparado para la caída.

Nunca estas preparado para encontrarte repentinamente frente a Melina.
Sentir como su mirada se incrusta en tu pecho
y aún después de años tener esas infantiles mariposas en el estómago.
Preguntarle sin remedio
si quisiera visitar el Zoológico contigo.
Nunca se ésta preparado para el sorpresivo ¡SÍ!
para volver a tomar su mano,
para retratarse junto a los rinocerontes,
junto al tigre de bengala.
No se ésta preparado para ese momento
en que Melina te propina un beso de conmoción,
 se te acerca al oído y te susurra:
“como te extrañe hijo de puta”
Y Finalmente te das cuenta, 

con tristeza o alegría,
que, sin duda, uno nunca ésta preparado
para

            vivir.

domingo, 17 de agosto de 2014

La puta locura



*Poema visión de una borrachera


La locura abre sus puertas; y ahí estaba YO. Bailando, fumando. Tequila. Marihuana. Ya
   solo quedaba el recuerdo de la noche, del viento en mi cara y las náuseas. Amanecía.
      Me miré en el espejo, mi cuerpo iba a todas las direcciones al mismo tiempo.
          Era por eso que el mareo y la gran noche regresaban. A mi mente retornaba
               la imagen de esa mujer de la pantalla, la mujer camaleón que cambi-
                                                               aba
                    de forma conforme la música subía de volumen. Pensaba en
                                                                la
                       mujer que se mimetizaba con los colores de la noche, la
                           forma femenina que tiende a la profundidad, al osc-
                             uro callejón sin salida, y para colmo estaba esta  
                                 gran cabeza de Buda mirándome. Esta esta-
                                    tua que brillaba junto conmigo, ambos
                                      tratábamos de resolver el acertijo de
                                           la existencia. No quedaba más:
                                             empapado de luz rosa, verde
                                                 y   naranja pensé:  en la
                                                  locura se brilla, se está.  
                                                          La puta locura
                                                                  Fin.  
                 

domingo, 10 de agosto de 2014

Delirio ocasinal

*Poema visión - visión



Salté dentro de sus ojos,
caí entre túneles de parpados, sueños y pestañas,
entre nervios y sangre.
Caí por su cuerpo interminable
jugando a dibujar espirales desnudos.

Salté, arriesgándome a morir,
al vacío de su mirada, al infinito de su pupila.
Durante meses y meses estuve
en un estado de caída libre.

Y justo al final del ojo, cerca del sueño
                          y  la ceguera,
 Sigo cay
               e
                  n
                     d
                        o


                                


       
                     

El recuento de los daños.


Era una mujer brillante, no me refiero a que fuera muy inteligente, sino que en verdad brillaba, era un destello en medio de las calles vacías y mal olientes. Era la lucidez del manicomio. Esta mujer que por cuestiones prácticas llamaremos: LagunasMentales, llevaba a cabo el recuento de los daños sentada frente a un escritorio ya viejo, que claramente estaba dentro de esta larga cuenta. Pero lo que ella llamaba “el verdadero recuento de los daños” ya lo había olvidado hace tiempo. LagunasMentales movía la pluma constantemente sobre la amarillenta hoja de una libreta, que lamentablemente estaba también dentro de la lista de los daños incontables. El tiempo se vuelve una postal de nostalgia, el viento ya no la quemaba. Empieza por numerar los daños de mayor a menor importancia, número uno: Pablo, número dos: Isaías, número tres: el cansancio, número cuatro: el viaje al Pacifico, número cinco: el pensamiento extraviado, número seis y penúltimo daño: la larga estancia en el sanatorio San Mateo, número siete: lo he olvidado, escribió sobre la hoja.


Era una mujer exquisita, muy linda; llena de pecas y cicatrices. LagunasMentales trataba de recordar algo más sobre los daños enumerados; recordaba sin duda el cabello de Isaías, la nariz de Pablo, la brisa de la playa… se esforzaba por recordar, pero los grandes espacios de vació en su mente no la dejaban. Trató de encender un cigarrillo pero para este punto ya se había olvidado de cómo hacerlo, ¿era algo como encender la parte amarilla y ponérselo en el oído?, sus manos comenzaban a temblar, pero también, para su miseria, había olvidado lo que era sentir miedo, ¿era algo como temblar, bailar y comer? La pobre ya no sabía cómo, ni cuando, ni dónde. Seguía mirando el pedazo de papel, pensando en quien sabe que cosas, ideas sin sentido, oraciones inconclusas… su mente era un papel en blanco, un huevo estrellado y un cristal agujerado. Sin darse cuenta, o tal vez tratándolo de olvidar, ella misma era un recuento de los daños, tan diluida estaba, que ya amaba sin rostro y sin cuerpo, se cepillaba la silueta oscura, se lavaba el vacío y recordaba la nada. LagunasMentales, esa hermosísima mujer que habría amado hasta el fin de los tiempos, ella era capaz de tomar quince tragos de coñac y permanecer en un solo pie, era capaz de tantas cosas, ahora no sabía ni posarse sobre sus dos piernas, ahora ella se preguntaba qué había pasado aunque era una pregunta sin retorno, una que se perdía entre el eco de las habitaciones de la casa. Ya no quedaba nada, quedaba ciertamente el revólver y una bala. Entonces se colocó el agarre bajo la quijada, y el cañón entre las manos, el disparo se estrelló contra la pared, y ella se tiró al suelo, dejando su cabello rojo tendido sobre la duela. Pensando que estaba muerte, que su cabello rojizo era la gran mancha de sangre, permaneció ahí quien sabe cuánto, haciéndose la muerta y la desangrada. Y esta muerte fingida, era como el punto final en la gran lista del recuento de los daños, aunque ya no lo recordaba. Digamos que todo quedo en un largo: podría ser.

lunes, 4 de agosto de 2014

Te cielo




"El corazón sólo recuerda nubes, perdidos sueños e intangibles formas!"

-César Brañas.



<<Te cielo>> Tú me escribiste tres cartas, una en un sobre amarillo, otra en un sobre azul y la última en una hoja con nubes. Escribiste: dame un beso, no me dejes, te quiero mucho, eres como una estrella fugaz. Espero que estemos juntos en nuestra locura escribiste. <<Te cielo>> Solo tres cartas, no bastaba más; azul, amarillo y nubes, me lo repito todas las noches mientras miro el cielo y pienso en ti; cuando me escribiste: “eres como una estrella” <<Te cielo>> Y entonces desaparezco entre mis pensamientos. Uno, dos, tres… contengo la respiración… ¿se puede llegar al cielo sin alas? Escribiste, ya no recuerdo que escribiste. Azul, amarillo y nubes… Otra vez desaparezco; esta vez… para siempre ¿Se puede llegar a Venecia en canoa? Escribiste: te quiero, no me dejes… <<Te cielo>> ¿Qué es eso? <<Te cielo>> ¿Cómo? <<Te cielo>> No puedo entenderte. <<Te cielo>> Olvídalo, te odio… <<Te cielo>> Ahora desaparezco entre el azul, el amarillo y las nubes de tus cartas. Trescientas setenta y nueve palabras, entre el azul y el amarillo. Doce mil leguas de tristeza submarina. Entonces tomé un pedacito de papel y escribí: Se renta paraíso en ruinas; y me eche a dormir. <<Te cielo>> y entre el recuerdo de las nubes me perdí. Perdón pero es que tengo una mujer atravesada entre los parpados. Otra vez, pienso en lo que escribiste: “espero que estemos juntos en nuestra locura” <<Te cielo>> yo también lo espero… azul, amarillo, nubes. Cincuenta mil leguas de tristeza submarina. Me sumerjo entre las líneas de tu carta, la perfecta caligrafía, la horrenda y casi nula rima. Solo somos cuando no estamos; entre extrañarnos y olvidarnos, ahí estamos… tratando, más bien superviviendo, más bien… atados; amándonos a pedazos, a parpados, a sueños, a distancias, a suicidios. <<Te cielo>> que extraña expresión, que querrás decir con esto, seguramente que me regalas el cielo, que egoísmo el tuyo, tanto cielo, tanta altitud, tanta lluvia, tantos aviones y… el único cielo que recuerdo, es ese entre azul y amarillo, lleno de nubes y letritas. Ahora yo quiero inventar una expresión, no sé si de amor… pero… ya que no me queda nada… en este instante en el que poco a poco desaparezco… solo puedo escribir algo como: <<Te Universo; no me olvides>>