Hay un hombre, esto debe quedar claro, solo es un
hombre en toda la faz de la tierra el que extrañamente puede desempeñar este
oficio tan difícil. Es algo hermoso, lo digo porque yo lo veo todas las mañanas
cuando camino por el parque y veo las calles moradas. Entonces me siento en una
pequeña banca, porque hay que sentarse para ver a este hombre trabajar. De
pronto este sujeto aparece con una escoba verde, se pone a barrer las flores
de las Jacarandas que caen al piso. Uno puede contemplar como el hombre se
llena de dicha, de perfume violeta, durante una hora completa este sujeto barre
las calles del parque, después de esto junta una enorme montaña de flores, las
mete todas en unas bolsas negras, se marcha. Yo siempre me quedo hasta el final,
disfrutando los últimos momentos de esta hazaña matutina. Veo como el hombre se
aleja entre la luz del sol, dejando todo el lugar devastado, veo cómo se va con
la escoba y las bolsas llenas de flores. Ya lo que haga con las flores no es
asunto mío, pero yo imagino que un profesional de su talla llega a su casa,
deja la escoba a un lado de la puerta. Abre la bolsa y deja caer todas las
flores sobre una mesa larguísima. Se pondría a escoger las flores más bonitas,
las de más olor, las más violetas, las menos parque, las más vida, y toda esta
selección natural sería con el fin de hacerle un bonito collar a su mujer o unos
pendientes o unas lindas cortinas. Y cuando el collar se empieza ha entristecer, y se empieza a
morir poco a poco, ella sonríe y se pone muy feliz; la esposa más feliz mundo, porque sabe que
mañana tendrá otro collar o quien sabe, si tiene suerte, le regalarán un autorretrato
violeta; un espejo floreado.
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