París no volvería a ser igual, aunque seguía siendo París
-Ernest Hemingway
Visitamos un jardín con muchos tulipanes, y ahí encontramos un
colibrí muerto. Tenía las alas abiertas como queriendo volar. Jamás pensé en la
muerte de este modo tan hermoso. Y es que su cuerpecito verde y sus alas
brillantes me hacían pensar que era lindo morir. Ella se puso a llorar sobre mi hombro, sin que se diera cuenta
guardé el cuerpecito en el bolsillo de mi gabardina. Fuimos a mi departamento,
cruzamos algunas calles. Comenzó a llover y ninguno de los dos llevaba un paraguas.
Caminamos mojados y yo solo pensaba en el muerto que traía encima.
Llegamos por fin. Me deshice de mis prendas mojadas. Isabel
entro al baño y al salir llevaba una ropa interior blanca, comenzó a bailar de
una forma extraña. Bailaba un jazz que solo existía en su cabeza. Prendí un
cigarrillo y abrí una ventana que daba a la calle, sentía las pequeñas gotas
que me golpeaban el rostro. Ella seguía un paso violento. Afuera el cielo se
caía a pedazos, y las calles se inundaban de porquería y mierda que salía de
las alcantarillas, el frío que entraba por la ventana, el molesto olor a tabaco
quemado; pero ella solo bailaba. Se reinventaba. Era un lindo juego el que jugaba
Isabel. A veces hacía un sol tremendo y ella salía para el acuario en bicicleta
y llegaba empapada y decía que había nadado con los peces, que ella era como una
sirena. Y yo sabía que era mentira, que estaba empapada en sudor, delirando por
el calor. Ella jugaba a esas cosas y yo solo era como un fantasma espectador.
A las dos semanas de haber recogido el cuerpo de aquel colibrí
ya no quedaba nada de carne, puros huesos. Entonces lo lije y lo pulí para
poder usarlo como pisapapeles. A veces me pasaba horas mirándolo. La muerte es
un misterio tan grande y yo no podía explicarme como es que podía caber en
un esqueleto tan pequeño. Isabel se disgustó porque hace tiempo no le prestaba
mucha atención, el colibrí me tenía confundido y seducido. Se marchó del
apartamento, ahora solo me queda la vista de la Torre Eiffel. Decidí dar un
pequeño paseo, tomé mi gabardina y salí sin un rumbo fijo, llevaba el esqueleto
de mi amigo en el bolsillo, como un amuleto de buena suerte. Caminé varias
cuadras con la mente en blanco. Después de un tiempo encontré una banca para
descansar, prendí un cigarrillo más, unos cuantos minutos menos de vida, qué
más da. El cigarrillo me matara a mí como tal vez el néctar mato al colibrí.
Ya sabía que todo terminaría mal, no sé porque me esforcé en
convencer a Isabel de que se fuera a vivir conmigo. París se supone es todo amor,
es todo flores. Se supone que debería ser un paraíso de croissants y de mimos aprisionados en cubos invisibles. No
deberían de morir los colibríes aquí, ni tampoco las muchachas deberían irse
así nada más. Aquí no debería de existir eso, sin embargo existe y es terrible
pensar que París es un refugio de corazones rotos al estilo de Rigaut. Aquí los
poetas se juntan en los cafetines para discutir sobre los surrealistas, sobre
los impresionistas y sobre el átomo. Es por eso que no me sorprendió llegar a
mi departamento y ver la puerta abierta, entrar y encontrar a Isabel con un
tiro en el pecho, sujetando con su mano el pequeño esqueleto del colibrí. No me
resulta complicado pensar en las razones del suicidio y de que nadie bajará al
escuchar el disparo y ver la puerta abierta. Pude ser yo, pensaba mientras le
cerraba los ojos a Isabel.
Lo que si no podía explicarme era la muerte. Seguía sin
entender el tamaño de este misterio, era tan pequeño como para caber en un
colibrí o era del tamaño de un hombre o era algo más grade. O seguramente era
como esas muñecas Rusas, esas que tienen una dentro de otra y se van haciendo más
pequeñas. Tendría que ser así. Todos
llevamos algo de muerte dentro de nosotros, entonces es una sucesión de
muertes, empezando por una muy grande y culminando en el colibrí. Así pasa, así
pasó y así pasará.
Entonces volví a escribir en mi diario. “Día 479 en París: Querido
diario Isabel se suicidó con un tiro al corazón, el cuerpo del colibrí está más
radiante que nunca, estoy tratando de dejar de fumar. Tomó largas caminatas
para olvidar un poco todo este asunto de la muerte. Me he estado reuniendo con
los poetas en el cafetín de la 72, hablamos sobre el átomo y la fuerza gravitacional.
Me siento mal por esta ciudad, uno pensaría que aquí todo es arte y poesía.
Pero yo solo veo muertes, los mimos se han vuelto una linda leyenda; no he
visto ninguno desde mi llegada aquí. París es linda, pero es un refugio para
corazones rotos y eso a veces la hace un poco insoportable…”
No hay comentarios:
Publicar un comentario